TRADUCCIÓN: ERNESTO LACLAU Y LOS ESTUDIOS CRÍTICOS DE LOS MEDIOS: MARXISMO, CAPITALISMO Y CRITICA de Jannick Schou.


Traducción de: Adrian Montero *
* Egresado de la Universidad de Costa Rica. Costa Rica. Correo electrónico:
admont89@gmail.com https://orcid.org/0000-0001-6237-4372


RECIBIDO: Febrero 2020

ACEPTADO: Marzo 2020

PUBLICADO: Mayo 2020

Como citar: Montero, Adrían (2020). Traducción de: Ernesto Laclau y los estudios críticos de los medios: marxismo, capitalismo y critica de Jannick Schou. Telos: revista de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias Sociales, 22 (2), Venezuela. (Pp.463-489).
DOI: www.doi.org/10.36390/telos222.15

RESUMEN


El discurso teórico post-marxista de Ernesto Laclau se utiliza cada día más dentro de los estudios de los medios para investigar los discursos que circulan sobre, dentro y a través de los medios. La teoría del discurso ha probado en sí misma ser una activa productora de teoría, que puede proporcionar ideas empíricas importantes en la solidificación y neutralización de regímenes discursivos particulares. Todavía, las potencialidades críticas del trabajo teórico de Laclau han sido muchas veces minimizado o descuidado. En lugar de ofrecer una teoría crítica completamente formada, Laclau ha sido muchas veces relegado a ofrecer una herramienta descriptiva, en la cual se ha pasado por alto o se ha olvidado las implicaciones críticas subyacentes. Este documento busca reflexionar sobre los potenciales y obstáculos dentro del trabajo de Laclau, para un estudio crítico de los medios al vincularse con el rol del marxismo, el capitalismo y la crítica. Primero, el documento se dirige sobre la relación entre marxismo y postmarxismo, al sostener que, en lugar de abandonar el marxismo, Laclau sitúa activamente su trabajo como un diálogo a favor y en contra de su tradición. Segundo, este documento señala la relación entre el análisis del así llamado capitalismo globalizado de Laclau y la lucha política, lo cual lleva a una discusión de relaciones de clases y economía política. Tercero, el artículo examina la noción de ideología crítica de Laclau y discute cómo esta debe ser vista en el sentido de una explicación simultánea, normativa y de perspectiva práctica. Basado en estas discusiones, la idea central de este artículo señala que es insuficiente apropiarse simplemente de la teoría del discurso como un formato de investigación descriptiva, sino que debe ser visto como enfatizado por una crítica radical de las estructuras existentes de dominación y de subordinación capitalista. Además, el artículo discute que hay partes del trabajo de Laclau que son problemáticas para este propósito y que necesitan recibir profunda atención por futuras investigaciones. Al brindar una discusión extendida del propio trabajo de Laclau, este documento busca contribuir a la aplicación critica de la teoría del discurso dentro del área de los estudios de los medios y contribuir, con el dialogo en curso entre marxismo, post-marxismo y los estudios críticos de los medios.

Palabras clave: Ernesto Laclau, post-marxismo, crítica, teoría del discurso, capitalismo, marxismo, estudios críticos de los medios.

 

Introducción: Laclau y los estudios de los medios


El discurso teórico post-marxista de Ernesto Laclau (1990, 2005) ha hecho su entrada de manera lenta pero segura en el área de los estudios de los medios durante las últimas dos décadas (Dahlberg y Phelan 2011). A través de sus muchas publicaciones, Laclau (1979, 1990, 1996, 2014) desarrolló una forma de marxismo que no descansa ni toma su punto de partida en relaciones a priori de clase o de estructuras económicas de base. En lugar de eso, Laclau, desarrolló por momentos junto a Chantal Mouffe, una teoría política de significación que es muchas veces referida a una teoría del discurso. La teoría del discurso enfatiza la fijación de significados en regímenes particulares como el resultado de continuas y contingentes luchas de discursos que toman lugar a través del tiempo.


Al reconfigurar la noción de hegemonía de Gramsci (2005), Laclau (1990) ha proporcionado un abundante cuerpo teórico que abarca cuestiones normativas relacionadas con la producción de una democracia radical (Laclau y Mouffe, 1985; ver también Mouffe 2005, 2013), así como una teoría del populismo y de las transformaciones políticas (Laclau 2005). Ampliamente analizado, el trabajo de Laclau puede ser caracterizado como una aproximación antiesencialista al significado, que se aproxima a este como socialmente construido y necesariamente contingente, mientras premia una posición primaria a lo político, como el precario e incompleto cimiento de lo social (Laclau 1990; Howarth 2000; Marchant 2007).


Como Howarth y Stavrakakis (2000, 7) han sostenido, la teoría del discurso “toma su guía desde métodos interpretativos de investigación social, en el cual el énfasis es colocado sobre el entendimiento y la explicación de la emergencia y la lógica de los discursos, y las identidades socialmente construidas que estos confieren a los agentes sociales”.


Durante los últimos años, un número importante de autores han organizado partes de la teoría de Laclau para investigar la circulación de discursos sobre, cerca y a través de los medios (Dahlberg y Phelan 2011; Carpentier y Spinoy 2008). En el contexto de los estudios de los medios y de la comunicación, esto incluye investigación sobre el activismo ambiental (Askanius y Uldam 2011), Occupy Wall Street (Dahlgren 2013; Husted 2015), los profesionales de los medios (Carpentier 2005), las bases políticas en línea (Schou, Farkas y Hjelholt 2015), los discursos extremistas de la Derecha (Kompatsiaris y Mylonas 2015); De Cleen 2015; Askanius y Mylonas 2015), los medios de noticias (Phelan 2009a; 2009b; Kumpu 2016; Mylonas 2014), por algunos ejemplos recientes . Dentro de este cuerpo de trabajo, la teoría del discurso ha mostrado en sí misma ser una forma productiva de investigar la construcción y solidificación de los discursos políticos particulares, dentro de proyectos hegemónicos. Esta investigación no solo ha proporcionado valiosa comprensión sobre cómo el Otro cultural es producido como chivos expiatorios antagonizados (Askanius y Mylonas 2015), sino que también ha deconstruido el cómo funcionan las lógicas extremistas y totalitarias (Kompatsiaris y Mylonas 2015).


Suplementando esta primera y principal línea empírica de investigación, ha habido también una trayectoria, que ha buscado modelar los discursos teóricos de Laclau (y Mouffe) en un coherente marco teórico, que puede ser usado en varios tipos de estudios empíricos. En los estudios de los medios, particularmente Carpentier y De Cleen (2007, ver también Carpentier 2010) han intentado tal aproximación . Mientras que comparativamente más pequeño en alcance que los estudios empíricos, parece que esta aproximación ha tenido resonancia considerable dentro de esta actividad (ver Kumpu 2016; Dahlgren 2011). Estos autores han buscado transformar la teoría del discurso en un marco empírico sistemático llamado análisis del discurso teórico (ADT), para acoplarlo con un formato de investigación cuali tativa y, entonces, rearticular los principales conceptos con los así llamados ‘conceptos sensibles’, que dirigen al investigador hacia un “qué buscar y dónde buscar” (Carpentier y De Cleen 2007, 273).


Tomadas juntas, las trayectorias empíricas y teóricas subrayan la creciente apropiación del trabajo de Laclau, dentro del ámbito de los estudios de los medios. Estos muestran cómo el discurso teórico laclauiano, aunque todavía ocupando una posición marginal comparada, por ejemplo, con el análisis crítico del discurso de Norman Fairclough (Dahlgren 2011), se está convirtiendo en una cada vez más importante aproximación. Al leer este creciente cuerpo de investigación, es claro que la teoría del discurso muchas veces provee un invaluable apoyo teórico. Sin embargo, al mismo tiempo, hay una ausencia relativa de líneas marxistas de investigación crítica.


Al ser operacionalizado dentro de las particularidades de algunos contextos específicos de investigación – activismo, discursos de derecha, política de base, entre otros – las implicaciones políticas y las ambiciones de la teoría del discurso en sí mismo, muchas veces toman un lugar posterior. La teoría del discurso muchas veces provee una serie de conceptos útiles; sin embargo, las cuestiones normativas, concebidas dentro del contexto de esta teoría, se vuelven menos fundamentales .


De esta manera, mientras que un número de autores discutidos anteriormente se comprometen en intervenciones críticas, Laclau es muy raramente utilizado como parte de estas críticas. Su trabajo es relegado a ofrecer una herramienta analítica descriptiva, en lugar de una política normativa. Esto conduce, en muchas instancias a una situación comparable a la reciente crítica de Fenton (2016, 347) sobre el estudio de los medios digitales y la política radical: “Nosotros mapeamos y describimos cómo los activistas comunican y descuidan […] las restricciones que deben ser superadas, y la política concreta y factible que debe ser desarrollada para poder avanzar en el cambio social”. El verdadero reto, según Fenton, está en la interpretación de tales descripciones dentro de la esfera del cambio social y la crítica política. Esto significa desarrollar una aproximación investigativa crítica que sea simultáneamente explícita, práctica y normativa, argumenta Fenton (2016) siguiendo la teoría critica desarrollada por Max Horkheimer (2002) y la Escuela de Frankfurt. Al perseguir tal perspectiva crítica, sigue siendo de suma importancia no despolitizar lo político.


Así como Fenton correctamente cuestiona: “Cómo podemos empezar abordar los retos planteados a la política democrática si no hablamos sobre la política actual como parte de la investigación? Esto es un problema tanto conceptual como práctico. Una política requiere de una práctica” (2016, 358). Aunque la crítica de Fenton está enmarcada en un ligero contexto diferente (el área del activismo mediático y la protesta en general), una línea muy similar de crítica puede ser desarrollada en el caso de Laclau y los estudios críticos de los medios: ¿dónde se fue la política crítica? ¿Qué se hicieron las visiones normativas? Y, adicionalmente ¿qué se hizo la política marxista?


Este artículo busca hacer reflexión y discusión sobre los obstáculos y potencialidades, dentro del trabajo de Laclau para los estudios críticos de los medios, poniendo énfasis en el marxismo, el capitalismo y su crítica. Además, intenta dar una lectura marxista renovada del trabajo de Laclau, que se involucra a favor y en contra de su proyecto teórico, en un intento de mostrar algunos potenciales diálogos a lo largo de los estudios de los medios post-marxistas y marxistas.


Ha habido muchas veces dentro del ámbito de los estudios críticos marxistas de los medios, ejemplificado por autores críticos como Christian Fuchs (2008, 2011), una tendencia a restar importancia a teóricos post-estructuralistas, tales como Foucault, Butler y (por extensión) Laclau, por primero y ante todo interesarse en desencializar las esencias y lo universal, mientras que no tienen una política real, ni idea sobre cómo debería y debe ser (should and ought to) la sociedad (ver por ejemplo Fuchs 2011, 29-43).


Mientras que esta crítica puede ser aplicada en parte a otros autores mencionados, el caso es diferente con Laclau. Sin embargo, esta línea de argumentación ha sido muchas veces oscurecida, debido quizá, a la falta de un compromiso con el propio trabajo de Laclau, el cual ha rendido potenciales interacciones con la problemática de los estudios de los medios entre postmarxistas y marxistas.


El argumento desarrollado en este artículo será que el trabajo de Laclau debe ser entendido y contextualizado dentro de una tradición marxista diferente, la cual es genuinamente crítica en el sentido de ser simultáneamente explicativa, práctica y normativa. Es mi cometido que si deseamos utilizar el trabajo de Laclau para un estudio crítico de los medios –el cual ha sido sugerido por un número de autores (Dahlberg y Phelan)−, ya que hay una necesidad de una discusión más abierta y comprometida con el propio trabajo de Laclau y sus potencialidades críticas y sus obstáculos.


Como Dahlberg (2011) ha correctamente argumentado “dada […] la hegemonía capitalista y sus efectos claramente perjudiciales (desde el empobrecimiento hasta la devastación ambiental), los teóricos del discurso necesitan urgentemente priorizar los análisis críticos del sistema actual, incluyendo […] las maneras en las cuales las tecnologías de los medios de comunicación están apoyando la hegemonía de este sistema, para traer al frente las alternativas oscurecidas” (Dahlberg 2011, 55). ¿Pero cómo puede dicha crítica del capitalismo ser movilizada usando el trabajo de Laclau? ¿Cuál sería el rol de la política marxista en dicha crítica? Y ¿cuál es la relación entre las relaciones cruciales de contingencia, lucha política y normatividad? Al discutir estas cuestiones, este artículo busca contribuir con el creciente cuerpo de trabajo, usando la teoría del discurso de Laclau para un estudio critico de los medios, mientras que también le agrega al continuo diálogo entre marxismo, post-marxismo y la investigación crítica (de los medios) en una amplia perspectiva (ver por ejemplo Dahlberg 2014; Best 1999).


Marxismo y post-marxismo: pensando desde la tradición


Laclau posiblemente tiene lo que puede ser denominado como una relación ambigua con el marxismo y (de acuerdo con el mismo Laclau), él nunca fue un “completo” marxista” (Laclau 1990, 178). Al mismo tiempo, Laclau subraya que él nunca “rechazo el marxismo. Algo muy diferente ha ocurrido. El marxismo se ha roto y creo que estoy sostenido de los mejores fragmentos” (Laclau 1990, 201).


De manera que para capturar esta ambigua posición intermedia entre ser un “completo marxista” y rechazarlo completamente, Laclau frecuentemente emplea la noción de postmarxismo, para describir su propio trabajo teórico, enfatizando cómo su perspectiva teórica fue formulada como una respuesta a las prácticas políticas actuales y a las luchas activis tas ocurridas en Argentina durante los años 1960 (Laclau 1960, 177-178, 197-198). Desde esta perspectiva no es mero accidente que Laclau y Mouffe (2014 [1985], xxi) abrieran Hegemonía y estrategia socialista con la imagen de una intersección: “Hoy el ala izquierda pensó que estaban en una intersección”.


Es precisamente al pensar a través y dentro de esta intersección que el proyecto teórico básico de la teoría del discurso debe ser situado. Pero entonces, ¿cómo debemos de entender la noción de post-marxismo? Y ¿cómo reflexiona Laclau su relación con el marxismo en su propio trabajo? Estas preguntas serán discutidas en esta sección.


En 1977, en la introducción de su primer libro Política e ideología en la teoría marxista, Laclau (1979 [1977], 12) defendía que lo que se necesitaba era una “una reformulación teórica de las categorías del marxismo”, una reformulación que debería dar las bases para “que el proletariado […] se presente a sí mismo como una fuerza hegemónica ante las grandes masas, buscando una reorientación política radical en la época del decline mundial del capitalismo”. Sin embargo, la retórica revolucionaria empleada antes en este trabajo se ve moderada durante el curso del trabajo de Laclau, su contenido básico puede ser rastreado en gran medida a través de sus escritos. Aproximadamente, diez años después, en 1987, Laclau y Mouffe (1990[1987]) aclaran el contexto intelectual de su trabajo muy claramente en su respuesta a Norman Geras y su crítica de Hegemonía y estrategia socialista:


En nuestra opinión, repensar el socialismo […] nos obliga a emprender dos pasos. El primero es aceptar, en toda su novedad radical, las transformaciones del mundo en el que vivimos −es decir, ni ignorarlas ni distorsionarlas para que hacerlas compatibles con esquemas anticuados así que podamos continuar habitando formas de pensamiento que repiten la misma vieja fórmula. El segundo paso, es comenzar desde esta completa inserción en el presente –en sus conflictos, retos, peligros− para interrogar el pasado: buscar dentro de él la genealogía de la situación presente; reconocer dentro de esta la presencia –al principio marginal y borrosa- de los problemas que son propiamente nuestros; y, consecuentemente establecer un dialogo con ese pasado el cual se organiza a través de continuidades y discontinuidades, identificaciones y rupturas (Laclau y Mouffe 1990, 98).


En esta respuesta, la cual es en muchas maneras emblemática para la aproximación general de Laclau y Mouffe, ellos resaltan que su trabajo teórico debe ser situado dentro de (lo que ellos denominan) “un repensar del socialismo”. Según Laclau y Mouffe, este repensar requiere de dos etapas. La primera concierne al desarrollo de conceptos teóricos que pueden ser usados para entender e interpretar la realidad social. Lo que aquí se le llama “esquemas” teóricos, que pueden ser empleados para interpretar adecuadamente las condiciones existentes, en lugar de reconfigurar las condiciones “obsoletas”. Esta observación debería antes que nada ser vista como una crítica de la tradición marxista vigente entre 1960 y 1970 (ver ej. Laclau 1979, 12), con su apego en lo que Laclau percibe cada vez más como modelos de basesuperestructura deterministas (ver también Laclau en Hansen y Sonnichsen 2014, 255).


En este sentido, esta primera etapa sirve como una forma de rectificar lo que Laclau y Mouffe observan como una tendencia dentro de la tradición marxista, al insistir en la adaptación de la realidad social dentro de modelos teóricos pre-existentes, que se han vuelto cada vez más problemáticos. Es dentro del contexto de esta etapa que un número de componentes teóricos de la teoría del discurso –articulación, discurso, hegemonía, lógica(s) de la diferencia/equivalencia, el significante vacío, entre otros− deben ser localizados. Son formas de aceptar y aproximar las condiciones de la situación presente mediante adecuados medios conceptuales.


La segunda etapa –la completa inserción en el presente para interrogar el pasado− debería ser leída a lo largo de las líneas de un imperativo metodológico, manteniendo al menos un triple significado. Primero, puede referir a una investigación literal de las condiciones históricas de emergencia, en las cuales ciertos discursos han sido capaces de fijar significados en el presente. Esto puede, en otras palabras, significar historicizar el presente. Como Laclau ha llamado la atención en otra parte, todos los discursos están caracterizados por lo que él llama historicidad radical (Laclau 1990, 36), entendido esto como la necesariamente naturaleza histórica de todos los sistemas de significado. Segundo, esta etapa puede también significar, en un sentido no diferente a la historia del presente de Foucault (1991, 31), una interrogación del pasado que está basado y que toma como su punto de partida las luchas y problemas presentes; en otras palabras, una manera de investigar el pasado a través de las luchas del presente.


Y tercero, esta etapa puede ser interpretada de una manera autorreferencial como una descripción de la forma en la cual cualquier proyecto teórico debe (en sí mismo) ser localizado dentro y a través de una tradición histórica. Pensar el presente −para expresarlo de algún modo diferente− también significa pensar a través de tradiciones teóricas del pasado. El significado de esta tercera dimensión –pensar el presente mediante las tradiciones del pasado− es importante ya que contiene un número de implicaciones por cuanto las conexiones entre marxismo y post-marxismo deben ser aproximadas.


Cuando Laclau discute el marxismo, es muchas veces dentro del contexto de la así llamada tradición política radical de Occidente (ver: Laclau 1990, 179). Esta tradición radical, Laclau la hace clara, incluye ciertos aspectos del pensamiento intelectual, incluyendo marxismo y la tradición marxista. Desde mi percepción, la confianza de Laclau en la tradición como un concepto central debería antes que nada ser vista como una forma de desplazar cualquier atención en personas particulares en favor de esfuerzos intelectuales colectivos. En este sentido, en cualquier momento que Laclau invoca el marxismo, no es en gran medida al trabajo de Marx, a la persona, sino la tradición intelectual colectiva continuadora del trabajo de Marx. Por tanto, la tradición política radical incluye (sin estar limitada) el ma rxismo, mientras que la tradición marxista incluye (sin estar limitada) el trabajo de Marx.


Según Laclau, es precisamente la tradición radical la que debería ser revitalizada. Una manera de hacerlo es deconstruyendo la tradición marxista. Como Laclau sostiene en algún punto “tan lejos como me preocupe, la deconstrucción de la tradición marxista, no su abandono, es lo que prueba su importancia. La pérdida de la memoria colectiva no es algo de lo que se deba contentar. Es siempre un empobrecimiento y un hecho traumático” (Laclau 1990, 179). La pérdida de la memoria colectiva, la perdida de la tradición, es un hecho traumático para Laclau. Esto también significa que “uno solo piensa desde una tradición” (Laclau 1990, 179, énfasis original).


En este contexto, pensar desde la tradición implica un doble movimiento en el cual la tradición marxista es algo para ser aceptado y transformado: “la relación con la tradición no debería ser de sumisión y repetición, sino de transformación y critica” (ibíd.). En última instancia, esto nos conduce de vuelta a la intersección discutida al inicio de esta sección. Como Laclau (1990, 179) deja claro: “el destino del marxismo como una tradición intelectual es clara: se inscribirá como un momento histórico, parcial y limitado, dent ro de una amplia línea histórica, como una tradición radical de occidente o sino será tomada por los niños exploradores de los pequeños sectores trotskistas, quienes continuarán repitiendo un lenguaje totalmente obsoleto y, de esta manera, nadie recordará el marxismo en un tiempo de veinte años.


Laclau opta muy explícitamente por la primera de estas dos opciones, la inscripción de la tradición marxista dentro de una renovada perspectiva histórica. En la elección de esta trayectoria, podemos también empezar a ver como reaparece la noción de post-marxismo. Enmarcado en esta perspectiva, el post-marxismo puede ser articulado como una forma de historicizar y de-esencializar la tradición marxista, al empujar la contingencia hacia el frente. En otras palabras, una inscripción de los discursos marxistas dentro de una renovada tradición radical. En este sentido, la teoría del discurso busca tomar “un paso atrás” como lo establece Laclau, para resituar “la teoría del marxismo dentro de un horizonte de amplias interrogaciones las cuales –sin denegar necesariamente de la primera, en su totalidad− relativizan e historizan sus categorías” (Laclau 1990, 162).


Esto, en turno, parece designar completamente la transición desde el marxismo al post-marxismo: una transición que no niega el marxismo, sino que subsume sus categorías como “formas históricas específicas dentro de un amplio universo de articulaciones posibles” (Laclau 1990, 166). Como Laclau y Mouffe dejan claro, esto literalmente significa que su posición teórica es post-marxista y post-marxista: ambas vienen después del marxismo, pero también son localizadas dentro del marxismo y de la tradición marxista (Laclau y Mouffe 2014, xxiv). Esto, debemos ser claros, no es abandonar esta tradición. En lugar de eso, es hacer un genuino intento no de convertir la obra de Marx en un origen intocable, “el cual contiene dentro de sí mismo la semilla de todo desarrollo futuro” (Laclau y Mouffe 1990, 120), sino de vincular activamente lo que está en contra y favor de dicha tradición.


Entonces, ¿es Laclau un “marxista”? Desde mi punto de vista, dicha pregunta no captura realmente lo que interesa dentro de su trabajo. Primero, porque Laclau seguramente objetaría la noción de “marxismo”, entendida como una trayectoria de pensamiento singular, encerrado, autosuficiente y objetiva, reducible a un sistema particular. Si hay algo que ver, Laclau muestra cómo el marxismo ha sido y continúa siendo una noción enormemente heterogénea e históricamente contingente, tendiente a múltiples y a menudo divergentes desarrollos e interpretaciones.


Lo que importa, y esto es precisamente el reclamo que he tratado de corroborar en esta sección, es el argumento en el cual Laclau localiza su propio proyecto intelectual dentro y en contra de la tradición marxista. Esto no equivale a decir si Laclau era marxista o no lo era – lo que sea que quiera decir esto− pero sí indica que el marxismo, entendido como una cierta tradición política de pensamiento crítico, juega un rol substancial en dar sustento al trabajo de Laclau. En lugar de un abandono del legado marxista, el post-marxismo debería ser considerado desde mi punto de vista, como un intento de diálogo o un puente entre las corrientes marxistas, post-estructuralistas y deconstruccionistas.


Si este es el caso, entonces hay implicaciones para la apropiación del trabajo de Laclau, en el contexto de los estudios de los medios, pero también en una perspectiva más amplia. Significa que el proyecto teórico de Laclau no puede ser pensado, alejado de una cierta tradición histórica e intelectual . Más que meramente una teoría general del lenguaje, significación y significado que puede ser aplicada a algún objeto de estudio, la teoría del discurso de Laclau es eminentemente político en sus orígenes: es concebido –de los pies a la cabeza− como una forma de revitalizar una tradición histórica particular, específicamente (pero no incluida) el marxismo. Pensar con y a través de la teoría del discurso significa, me parece, que es también pensar con y a través del Marxismo −post y de otras formas.


Capitalismo: lucha, clase y economía política


Anteriormente, yo traté la cuestión del marxismo y post-marxismo, al defender que Laclau no aborda su trabajo como un abandono de la tradición marxista. De lo contrario, yo sostengo que Laclau muy explícitamente enmarca su propio trabajo en un intento renovado, una revitalización y transformación de su horizonte particular intelectual. Según Laclau, la tradición radical puede (y debe) mantenerse viva al deconstruir las categorías t eóricas existentes, para reimaginar unas nuevas, estando completamente insertados en el presente. Este argumento recorre toda su obra. Si, ciertamente, este es el caso, entonces el argumento presentado al inicio de este trabajo −la presencia de alguna manera ausente de apropiaciones político-normativas del trabajo de Laclau− también se convierte en algo muy confuso.


Parte de la razón de esta ausencia relativa, puede ser que, a pesar que Laclau clama por una revitalización de la tradición marxista (un pensamiento a través de la intersección de la izquierda), él no enfatiza los conceptos marxistas tradicionalmente privilegiados de capitalismo, economía y relaciones de clase, en su trabajo. Este desplazamiento ocurre muchas veces por medio de muy densos argumentos, los cuales, a diferencia de otras partes de la teoría del discurso, no les permite a ellos mismos ser operacionalizados fácilmente, dentro del contexto de estudios empíricos.


En esta sección, discuto la concepción de Laclau (2005) del así llamado capitalismo globalizado, al interrogar su estatus como una construcción teórica, su relación con otros conceptos laclauianos centrales y su operacionalización como una herramienta empírica. Una parte central de esta sección, por tanto, no será solamente desenredar la visión laclauiana sobre el capitalismo, sino que también, en una perspectiva crítica más ligera, problematizar y hacer un escrutinio sobre sus argumentos para traer adelante las implicaciones para los estudios críticos de los medios. Esto conducirá hacia una discusión sobre las clases, el materialismo y la economía política, que resaltará cómo el desplazamiento de estos conceptos (una vez más) no equivale a un abandono del marxismo.


El capitalismo globalizado


En 2005, Laclau caracterizó el régimen político vigente como una “nueva etapa cualitativa en la historia capitalista” (2005, 231). Nombró esta nueva etapa como capitalismo globalizado y la definió como “un complejo en el cual lo económico, político, militar, tecnológico y otras determinaciones −cada una dotada con su propia lógica y cierta autonomía− entran en la determinación del movimiento del todo” (2005, 230). De acuerdo a Laclau (2005), la esencia de este todo es la heterogeneidad en lugar de una realidad “económica” (ibíd.).


Así, la concepción laclauiana de capitalismo globalizado no refiere a un sistema autosuficiente y cerrado, el cual surge de tensiones internas de un inmanente lógico (ver también Laclau 1990, 55-57). En lugar de esta concepción, Laclau ofrece una forma de “capitalismo [la cual] debe ser vista, en términos de sus características más fundamentales y constitutivas, como un sistema de poder” (1990, 56). Si este sistema de poder de verdad se dirige a estabilizarse (parcialmente) en puntos particulares de tiempo, entonces esto debe ser concebido como el resultado de conflictos hegemónicos contingentes, en lugar de leyes inmanentes implicadas a cualquiera de estas determinaciones particulares.


La noción de capitalismo globalizado de Laclau quizá debería antes que todo ser concebida como una respuesta una lectura particular del capitalismo, que busca explicar este último en términos puramente económicos. El argumento dado por Laclau es, más bien, que la economía no puede ser vista como la base determinante de cada una de las otras determinaciones en última instancia.


Claramente, “ya no podemos entender el capitalismo como una realidad puramente económica” (Laclau 2005, 230). Laclau, más bien, manifiesta que este “es resultado de articulaciones hegemónicas contingentes” dejando “las relaciones de sus elementos componentes […] esencialmente inestables y constantemente desplazadas por intervenciones históricas contingentes” (200, 292). Esto también significa que “no hay una última instancia sobre la base de la cual la sociedad pueda ser reconstruida, como una estructura racional e inteligible” (Laclau y Mouffe 1990, 115; énfasis original) ni tampoco un terreno unificado que produzca lo social y tampoco una economía que actúe como base.


Esta toma del capitalismo –en el cual es dado como un todo heterogéneo que consigue estabilizar a través de la contingencia, proyectos hegemónicos de poder− no excluye que ninguna de dichas determinaciones pueda jugar un rol crucial o desigual. Mientras el capitalismo globalizado descentra lo económico como el motor trascendental que gobierna la historia −la base unificadora de la cual todas las otras relaciones pueden ser deducidas− este no deniega la importancia de lo económico. En una réplica a Slavoj Ži žek, Laclau sostiene que “La verdad es que lo económico, como en cualquier otra sociedad, es el sitio de una sobre-determinación de lógicas sociales y su centralidad es el resultado del hecho evidente, en el cual la reproducción material de la sociedad tiene más repercusiones para los procesos sociales que con otras instancias.


Esto no significa que la reproducción capitalista pueda ser reducida a un mecanismo único y autodefinido (Laclau 2005, 237). Según Laclau, lo económico tiene una centralidad que “nadie seriamente puede negar” (Laclau 2005, 237). Sin embargo, esta centralidad no es un fundamento a priori, desde el cual lo social pueda ser establecido. La centralidad de lo económico –en otras palabras− no es una demanda trascendental, sino una demanda histórica.


Desde la perspectiva de este trabajo particular, tres preguntas en general deberían ser elaboradas más a fondo, con respecto a la concepción de Laclau sobre el capitalismo: (1) ¿Cuál es la consistencia interna de la noción de capitalismo globalizado de Laclau? (2) ¿Cuál es el rol de los medios dentro de dicha concepción? Y (3) ¿Cómo influye esta perspectiva particular del capitalismo en el amplio proyecto teórico de Laclau? ¿Por qué la aproximación de Laclau “necesita” del capitalismo globalizado?


Primero que todo, la cuestión de la consistencia interna. En este punto lo que es importante ver son los tipos de argumentos usados por Laclau, cuando describió el capitalismo globalizado. Como se argumentó anteriormente, él caracteriza esta formación como una “nueva” etapa, la cual “ya no” puede ser vista como puramente económica, etcétera. En este sentido, todo acerca de la argumentación de Laclau puede equivaler a lo que, básicamente, puede ser visto como argumentos históricos.


Estos argumentos son una manera de caracterizar la etapa actual del capitalismo: designan una histórica forma particular de capitalismo. En este sentido, estos argumentos no están destinados a describir la constitución del capitalismo a través del tiempo y del espacio. No obstante, al mismo tiempo, Laclau formula estos argumentos a un nivel muy alto de abstracción. Contra la apariencia de su argumentación, me parece que Laclau no ofrece un diagnóstico completo de esta nueva etapa del capitalismo. En lugar su lugar, él expone una serie de argumentos o condiciones que deben ser tomados en cuenta si se hiciera dicho diagnóstico.


Como Laclau y Mouffe (2014, 126) sostienen en algún punto, “la pluralidad no es el fenómeno por ser explicado, sino que va a ser el punto de inicio del análisis”. Una argumentación similar podría ser hecha en el contexto de la concepción de capitalismo de Laclau: la heterogeneidad no es el fenómeno por ser explicado, sino el punto inicial del análisis. En otras palabras, Laclau clama que si uno desea entender la etapa actual del capitalismo, uno debería pensarlo como una colección heterogénea de determinaciones autónomas, que se han organizado para crear una forma o formas particulares de hegemonía.


En lugar de un diagnóstico, nosotros ofrecimos las precondiciones para un diagnóstico. Y, al mismo tiempo, estas precondiciones son en sí mismas históricas. En este sentido, Laclau no analiza los contenidos del capitalismo como una fuerza hegemónica, sino que diagnostica su forma. Si se toma su conclusión lógica, entonces, el capitalismo globalizado debe básicamente designar un concepto formalista. Sin embargo, si este es el caso, entonces ¿cómo debemos entender la descentralización de lo económico discutido anteriormente?


En este contexto Slavoj Žižek (2000a, 2000b), ha señalado, por ejemplo, que la noción laclauiana sobre el capitalismo no enfatiza su especificidad, como un tipo particular de lógica de explotación. Así, al ser descrito como contingente y heterogéneo, cualquier potencial lógica subyacente y unificada que gobierne el capitalismo por medio de sus diferentes determinaciones, se pierde en Laclau. Este argumento, desde mi perspectiva, es una muy consistente consecuencia de la posición de Laclau, en tanto que niega la posibilidad de definir el capitalismo como un único y autosuficiente centro de poder.


Sin embargo, a diferencia de Žižek, el más grande problema con la noción de Laclau es que no está localizada dentro del contexto la descripción particular de la forma, sino que, más bien, están sus racionalidades para resaltar su forma particular. Como se discutió anteriormente, el capitalismo globalizado emerge en un momento particular donde según Laclau: es una construcción histórica. Si este es el caso y el capitalismo globalizado es en realidad una forma histórica particular del capitalismo, entonces, ¿cómo interpretamos su énfasis en lo económico como importante para la reproducción para la reproducción de la vida social?


Como se mostró antes, Laclau en realidad afirma la centralidad de lo económico como fundamental para la reproducción de la sociedad. Esto debe ser también, seguramente, un argumento histórico. Pero si este es el caso, entonces ¿por qué lo económico está ubicado junto con las otras determinaciones? Me parece, para ser más claro, que hay una inconsistencia por ser hallada aquí; por un lado, lo económico esta descentralizado de sus bases históricas, mientras que, por otro lado, se les da una posición central también a las bases históricas.


El problema aquí no es que Laclau quiera ir más allá del modelo clásico de base/superestructura. Para mí, el problema más bien es que su motivo de querer ir más allá de este modelo, es dado como un argumento cuasi histórico, mientras que este es, de hecho, un argumento teórico e incluso ontológico que concierne a la ausencia constitutiva que perfora a todos y cada uno de los discursos, la necesidad de un exterior constitutivo y la imposibilidad de fundamentar lo social en cualquier fundamento definitivo o au tosuficiente.


Para ponerlo de algún modo diferente, considero que Laclau nos da un argumento teórico que concierne a la forma del capitalismo ocultada como un argumento histórico. Además, incluso como un argumento histórico, este parece estar sin un desar rollo completo. ¿Cuál es el estatus de estas determinaciones? ¿Son vistas como discursos? ¿Deberían ser consideradas como un tipo de macrodiscursos? ¿Cómo pueden ser observados los límites de cada determinación? Parece peculiar que Laclau tenga que introducir totalidades teóricas reificadas –determinaciones tecnológicas, militares y económicas− dentro de un estilo de teorizar que, de otro modo, está dedicado a dejar de lado dichas totalidades (como la noción de “sociedad”).


Segundo, ¿cómo deberían ser concebidos los medios dentro de esta perspectiva de capitalismo? A este efecto, Laclau ofrece muy pocos pensamientos sobre los medios, como un sitio específico, en el cual los discursos son producidos, transformados y sostenidos. Sin embargo, dentro de la investigación existente sobre Laclau y los estudios de los medios, algunas respuestas iniciales han sido dadas a esta cuestión. Phelan y Dahlberg (2011), por ejemplo, aproximan la relación entre teoría del discurso y (lo que ellos acuñan) crítica política de los medios, como conectados por “una amplia e indefinida concepción de cómo lo político y las políticas en la sociedad contemporánea están articuladas y dependientes de la conveniente taquigrafía llamada ´los medios’”. (Phelan y Dahlberg 2011, 5).


En un contexto más amplio y orientado hacia los medios, esto tiene un efecto con el argumento Carpentier y DeCleen (2007) que, dentro de la teoría del discurso, “los medios son vistos no solo como una expresión pasiva o un fenómeno de reflejo social, sino como una maquinaria especifica que produce, reproduce y transforma los fenómenos sociales” (274).


Analizando más a fondo este último argumento, estos autores han sugerido recurrir a la división tripartita de Torfing (1999, 212-213), en la cual los discursos y los medios pueden ser vistos como interconectados en tres diferentes maneras, como: (1) discursos sobre los medios (estos están articulados como ocupando un rol particular y funcional dentro de la sociedad), (2) discursos producidos por los medios (el contenido producido por los medios) y (3) los medios como discursos (los medios como construcción discursiva en sí mismos).


Si esta división está vinculada a la discusión sobre el capitalismo globalizado, estas categorías pueden ser desarrolladas más a fondo. En primera instancia (los discursos y los medios), los discursos deben ser entendidos como el cruzar e intermediar entre las diferentes esferas de la sociedad. La cuestión aquí entonces es cómo los medios han dado significado y se han articulado dentro de las diferentes determinaciones.


En segunda instancia (los discursos producidos por los medios), lo que está en juego son los discursos producidos por los medios. Estas dos instancias pueden darse como una mediación de otras esferas –por ejemplo, grupos políticos o civiles que utilizan medios particulares para expresar sus discursos− pero esto también puede reflejar los contenidos creados por un medio en sí mismo.


En tercera instancia, los medios son vistos como construcciones discursivas en sí mismos. Esto implica una perspectiva de los medios no solo como mediadores de contenido, sino también como instituciones que personifican ciertos discursos y que mantienen un lugar particular, dentro de una función más amplia de la sociedad. En esta consideración, los medios empiezan a aparecer como una determinación particular dentro de su propia participación autónoma, en la reproducción del capitalismo globalizado.


Si esta función tripartida de los medios es aceptada, entonces no parece válido afirmar que los medios juegan un rol fundamental en mediar dentro de diferentes sistemas en la sociedad, mientras que también constituyen una determinación discreta en sí mismos. Un asunto importante, al respecto, es como los discursos particulares de los medios influyen en las maneras en las cuales los medios particulares están constituidos. Es decir, como ciertas ideas sobre lo que los medios deberían ser y no deberían ser, construidas dentro por ejemplo del sistema político basado en formas particulares de justificación, conducen a hegemonizar los tipos de medios que son asignados con recursos económicos.


Finalmente, ¿por qué necesita Laclau la noción particular de capitalismo globalizado? En mi opinión, sirve como un recurso explicativo, utilizado para fundamentar su noción de populismo y lucha política. Si, por un momento, la descripción formal de capitalismo globalizado de Laclau fuera aceptada tal y como se describió anteriormente, entonces simultáneamente se hace claro que una crítica del orden existente no puede simplemente ser una crítica de la economía.


Contrario al marxismo clásico –cuyas consideraciones simplifican el espacio social en dos campos antagonistas como una inevitable característica de las dinámicas internas del sistema económico− una forma necesariamente heterogénea de capitalismo no puede producir tales puntos a priori de antagonismo. Laclau (2005, 150) escribe que “no hay puntos privilegiados a priori de ruptura y lucha” y que “no hay razón para que la lucha que toma lugar dentro de las relaciones de producción deban de ser puntos privilegiados de una lucha anticapitalista global” (ibid.).


Esto también significa que a las clases y las relaciones de clases no se les puede asignar un rol privilegiado. Si el capitalismo necesariamente no conduce a una situación, en la cual una clase es puesta directamente en contra de otra, entonces no se puede esperar que la lucha surja de las relaciones de clase. Por tanto, ya que la economía no es la base subyacente que instituye lo social, una crítica de la economía no conduce automáticamente a una transformación de la sociedad en su totalidad. En este sentido, la lucha política debe más bien buscar como unir una plétora de luchas particulares –dentro y a través de cada uno de las determinaciones autónomas particulares− en una lucha común. Es en este punto donde encontramos la teoría del populismo de Laclau (2005).


Para condensar el argumento formulado por Laclau (2005,) hacia sus esencias, el populismo no puede ser deducido o visto como el resultado de algunas condiciones esenciales subyacentes. En lugar de esto, la lucha política debe ser ubicada dentro del campo de las demandas políticas articuladas por actores contingentes, dentro de ciertas condiciones históricas. Si este es el caso, entonces también significa que la imposibilidad de determinar los cimientos de la sociedad, también conduce a una imposibilidad de determinar las luchas sociales y su emergencia.


El reto, por lo tanto, para cualquier movimiento populista –la construcción de un ‘pueblo’− es como unificar una multiplicidad de diferentes demandas a través de diferentes demandas de la vida social, bajo una práctica común significativa (la producción de un significador vacío), un “lenguaje común” (2005, 231). Es solamente por medio de una lucha heterogénea que un sistema heterogéneo puede ser transformado. Una vez más, la heterogeneidad no es el fenómeno por ser explicado sino las precondiciones para el análisis.


El punto importante aquí es que esta incapacidad de deducir los puntos de emergencia del conflicto va de la mano con el diagnóstico de Laclau del régimen político actual, como una forma de capitalismo globalizado. Esto porque, “el capitalismo globalizado crea un sin número de puntos de ruptura y de antagonismo –crisis ecológica, desbalances entre diferentes sectores de la economía, desempleo masivo, entre otros− y solamente una sobre-determinación de esta pluralidad antagonista puede crear sujetos anticapitalistas globales capaces de llevar a cabo una lucha que valga el nombre” (Laclau 2005, 150). Al fina l, Laclau ofrece un doble argumento que vincula la forma actual de capitalismo con la forma de lucha social y política.


Este doble argumento está ahora presente hacia el final de Hegemonía y Estrategia Socialista. Resumiendo los principales argumentos de este libro, Laclau y Mouffe (2014, [1985], 176) escriben que “Cada proyecto para una democracia radical necesariamente incluye, como lo hemos mencionado, la dimensión socialista −es decir, la abolición de las rela ciones capitalistas de producción, pero rechaza la idea que de esta abolición necesariamente sigue la eliminación de las otras desigualdades”.


Lo que interesa observar aquí es como las amplias categorías teóricas de Laclau descansan en sus análisis particulares del sistema capitalista. Esto también significa que, al emplear estas categorías teóricas para propósitos analíticos o empíricos, hay una aceptación tácita de este análisis particular. Me parece que las consecuencias de esta doble argumentación son rara vez reflejadas.


¿Qué menciona el trabajo de Laclau sobre las clases y la economía política?


Una de las objeciones estandarizadas al trabajo de Laclau, y, de hecho, al postmarxismo como tal, es que este deja poco o ningún espacio ni para la economía, ni para las relaciones de clase (ver Howarth 2000, 111-115). Como se describió anteriormente, esta objeción es razonable, en la medida en que inconsistentemente Laclau no-enfatice lo económico como sustento material de la sociedad. Sin embargo, como discutiré en esta sección, esto no conduce necesariamente a un completo abandono ni de la economía ni de las relaciones de clase.


La mayoría de las objeciones de Laclau contra un reduccionismo económico pueden más o menos ser transferidas directamente a sus argumentos concernientes a las clases y las relaciones de clase. El principal argumento de Laclau, al respecto, es que no existe tal cosa como las clases o las relaciones de clase. Tal argumento sería absurdo. Más bien, de una manera análoga a su caracterización de la economía, Laclau sostiene que las relaciones de clase deberían ser vistas sobre el mismo terreno en el que están otras diferencias (sexual, cultural, étnica, entre otros). Así, en la misma manera que Laclau aproxima la economía como una entre otras “determinaciones”, las relaciones de clase son también ubicadas en el mismo nivel que otras diferencias en el ámbito de las luchas sociales particularistas: las clases son un área en el cual las luchas pueden emerger, pero ciertamente no es la única. Y así como Laclau no ve la economía como el motor histórico del cual todos los otros fenómenos sociales pueden ser deducidos, él también no-enfatiza las clases como el terreno primario causante de la lucha social.


Lo que está en juego en este argumento puede ser más adelante extendido por referencia a la crítica de Žižek a Laclau (2000b, 320, énfasis original) que sostiene que su “punto de contención con Laclau […] es que yo no acepto que todos los elementos que entran en las luchas hegemónicas son en principio iguales: en los números de luchas (económicas, políticas, feministas, ecológicas, étnicas, etc.) hay siempre una vía, en la cual, mientras una lucha es parte de la cadena , secretamente se sobredetermina su propio horizonte”. Para Žižek, es la lucha de clases la que sobre determina a las otras luchas.


Laclau (2005, 237-239) ha respondido específicamente a esta objeción al afirmar que, hasta cierto punto, él está de acuerdo con Žižek, en que la realidad social nunca es simplemente un horizonte indiferenciado. Sin embargo, según Laclau, el desnivel de lo social es precisamente el resultado de las luchas hegemónicas. En lugar de usar la clase como un modelo explicativo, son las relaciones de clases –y su estabilización dentro de proyectos hegemónicos particulares− las que deberían ser explicadas. La cuestión aquí es esencialmente, como lo señala Lacl au (2005, 236), una diferencia en términos de ver las relaciones de clase, ya sean estas como algo transcendental, donde el secreto particularismo necesariamente determina todos los otros particularismos, o como algo histórico, el resultado de luchas hegemónicas contingentes que pueden o no ejercer una influencia sobre lo social de diferentes formas y en puntos particulares del tiempo.


Los argumentos de Laclau deberían ser considerados cuidadosamente, en tanto que estos señalan la composición fundamentalmente pluralista y heterogénea de la realidad social. Sin embargo, al mismo tiempo, estos pueden ser problematizados a lo largo de dos frentes. Primero que todo, debemos ser cuidadosos de no ver esta perspectiva sobre la clase, como una legitimización (implícita) del orden neoliberal hegemónico, el cual intenta cubrir las relaciones de clases explotadoras. La descentralización de la clase en Laclau, desde mi punto de vista, no debería ser interpretada como una neutralización de las relaciones de clase. Al contrario, la teoría del discurso debería tomar una posición crítica ante cualquier intento de neutralizar o esencializar las relaciones de explotación perpetuadas, por ejemplo, los medios de comunicación neoliberales. Segundo, contrario a Laclau, pienso que la cuestión de clase y relaciones de clase permanecen mucho más abiertas que lo que él muchas veces lo hace parecer tanto histórica, como teóricamente (ver por ejemplo Skeggs 2004; Wright 2015).


Incluso, si las clases no pudieran ser vistas como principal motor de la historia, del cambio social, esto no significa necesariamente que estas no jueguen un rol constitutivo en moldear cómo los discursos particulares son construidos. El volumen editado de Wood y Skeggs’ (2011) acerca de la realidad televisiva y las clases es uno entre muchos otros recordatorios de que la clase aún importa si nosotros deseamos entender los medios, no solamente en relación con cómo las clases particulares están construidas en los discursos articulados por diferentes medios de comunicación, sino también en términos de explotación laboral implicadas en la reproducción de instituciones de medios particulares, corporaciones u otros recursos.


Esto conduce a una segunda y amplia crítica de la teoría del discurso, la cual demanda que esta deja poco lugar para una economía política crítica. Esto ha sido recientemente discutido por un número de autores, quienes han intentado combinar economía política, estudios críticos de los medios y teoría del discurso (ver Mylonas 2014; Dahlberg 2011, 2014; Phelan y Dahlberg 2011, 2014; Best 2014). La típica crítica del post-marxismo es que este descarta la economía política y deja cualquier compromiso sistemático con los mecanismos estructurales dentro del imposible capitalismo (Žižek 2000a, 2000b; Geras 1987).


Mientras que parte de esta crítica puede provenir de la oposición de Laclau a una concepción de marxista clásica de base y superestructura (como se discutió anteriormente), lo que de verdad parece estar en juego es, en realidad, una cuestión ontológica sobre las maneras en las cuales la teoría del discurso concibe la materialidad y el materialismo, frente a como el marxismo clásico ve este fenómeno (como ha sido discutido por ejemplo por Mylonas 2014).


Para ponerlo de algún modo simplificado, la teoría del discurso rechaza cualquier distinción entre lo discursivo y lo no discursivo (Laclau y Mouffe 2014 [1985], 93-94; Laclau y Mouffe 1990 [1987], 100-101; Laclau 2005, 68). Esta teoría rechaza, en otras palabras, la noción de que solamente partes particulares de la realidad social son discursivas (ej. el lenguaje), mientras que otras partes son sacadas del discurso (las instituciones, las prácticas y los objetos). Todos los objetos, en tanto que estos están constituidos como objetos signific ativos, son objetos de discurso y no hay sitio externo fuera de lo discursivo del cual estos puedan recibir significado: “El discurso es el terreno primario de la constitución de la objetividad como tal. Por discurso, como yo he intentado hacer claro en varias ocasiones, no me refiero a algo que es esencialmente restringido a las áreas del habla y la escritura, sino a cualquier complejo de elementos en los cuales las relaciones juegan un rol constitutivo” (Laclau 2005, 68. Énfasis original).


El argumento aquí no debería ser leído como un tipo de idealismo, en el cual la realidad social es reducida a una representación mental. Los discursos no deben ser concebidos como constructos lingüísticos o mentales, como estos siempre tienen un carácter material son introducidos dentro de instituciones particulares, hacen uso y organizan ciertos objetos, entre otros (Laclau y Mouffe, 2014). Tampoco la teoría del discurso se relaciona con un tipo de anti-realismo sosteniendo que no hay un mundo externo a la mente. Los objetos existen fuera de los discursos, Laclau y Mouffe (2014) mantienen, en la medida que estos objetos están constituidos como objetos con significado –al ser posicionados dentro de un sistema particular de significado– que estos necesariamente se convierten en objetos de discurso: “el hecho de que cada objeto está constituido como un objeto de discurso no tiene nada que ver con el hecho de si hay un mundo exterior al pensamiento o con la oposición del idealismo/realismo” (Laclau y Mouffe 2014, 94, énfasis original).


Si este es el caso –y todos los discursos son necesariamente materiales – entonces esto también significa que la economía no constituye un discurso “especial”, tal y como Dahlberg (2011, 54) sostuvo que la economía es tan discursiva y tan m aterial como cualquier otra cosa que sea discursiva: la economía no brinda el fundamento material del cual todas las otras partes de la sociedad puedan ser mantenidas o puedan ser fundamentadas.


No solamente rompe con el materialismo defendido por las perspectivas tradicionales de base y superestructura, sino que también hace problemático cualquier marco analítico que busque entender el sistema económico, como un juego de mecanismos estructurales dados fuera de los discursos. Es en contra de este telón de fondo que los economistas políticos tienden a ser escépticos sobre la teoría del discurso, al preguntar ¿dónde esta teoría se separa de la economía política?


En el contexto de los estudios de los medios, además de la sugerencia de completamente descartar el post-marxismo, la investigación actual ha adaptado dos soluciones paralelas a la cuestión de la teoría del discurso y la economía política. La primera solución, principalmente defendida por Lincoln Dahlberg (2011, 2014), consiste en utilizar la teoría del discurso para vincular lo que él denomina una economía política radical. Dahlberg sugiere una forma de economía política que toma la contingencia como su punto de partida y cuestiona cómo la economía –entendida como la “esfera de la vida asociada con la institucionalidad hegemónica […] de sistemas discursivos asociados con lo que se entiende por producción material y reproducción de la vida” (54-55, énfasis original), ha llegado a constituir y neutralizarse a sí misma como un sistema discursivo.


De acuerdo con Dahlberg (2011), la economía política radical busca brindar maneras en las cuales las estructuras económicas sean usadas para legitimar la hegemonización de los medios particulares en lugar de otros. Ejemplificando esta posición, Dahlberg sostiene que dicha forma de economía política podría escudriñar la “legitimación e institucionalización de los sistemas de los medios privados en contraste con los servicios públicos de los medios o de una comunidad de medios” (56).


Lo que está en juego aquí, entonces, es la construcción discursiva de la economía entendida como un sistema particular de significado. El objetivo no es involucrarse en economía política crítica como es entendida dentro del marxismo clásico, sino complementar este análisis con una investigación que busque entender cómo las justificaciones económicas y racionales son usadas, para expresar la función de la economía y legitimar los medios y discursos capitalistas o neoliberales. En este contexto, Dahlberg (2014, 268) , aclara que esto no debería ser visto como un abandono de la economía política crítica, sino más bien un “suplemento de otra economía política crítica que critica al capitalismo”.


La fortaleza de la aproximación de Dahlberg es que esta busca, muy cuidadosamente, no ir más allá de las fronteras de los argumentos ontológicos de Laclau. Sin embargo, esta integración particular de la economía política, dentro de la teoría del discurso, proporciona en menor medida una respuesta de cómo la economía política tradicional y la teoría del discurso pueden ser pensados en relación del uno al otro y, en mayor medida, una forma particular de teoría del discurso que enfatice los discursos económicos. La economía política radical, en este sentido, se convierte en un subconjunto particular de teoría del discurso, una forma de teoría del discurso que está concentrada en las justificaciones económicas y racionales.

Una segunda vía, mostrada, por ejemplo, Yiannis Mylonas (2014, ver también Best 2014) quien propone usar paralelamente la teoría del discurso con la forma más establecida de economía política crítica. El principal argumento aquí es que hay, en realidad, ciertos mecanismos estructurales que no pueden ser adecuadamente explicados, dentro de las fronteras de la teoría del discurso. En lugar de esperar a solamente diagnosticar el sistema económico y sus consecuencias en términos de significado (construcción social de la realidad), Mylonas (2014, 319), defiende una aproximación complementaria, en la cual la economía política brinda una herramienta paralela. Por tanto, él sostiene que:


El capitalismo sufre crisis debido a condiciones “objetivas” (las cuales tienen una fundamentación discursiva), relacionadas con la caída de las tasas esperadas de ganancia, los cambios en la composición del capital fijo y variable para la maximización de la productividad o con las emergentes contradicciones ligadas a las catástrofes que el capitalismo produce y, también, debido a razones subjetivas, conectadas con antagonismos entre rivalidades entre capitalistas y clases sociales. El discurso es fundamental en todas estas características objetivas y subjetivas, pero una aproximación estrictamente discursiva al análisis de la crisis del capitalismo seria reduccionista. Una síntesis de las tradiciones de investigación críticas y postestructuralistas pueden ampliar el entendimiento de la complejidad de la crisis (Mylonas 2014, 319).


En esta aproximación, Mylonas en lugar de hacer un intento por economizar la teoría del discurso, lo que hace es defender una ‘síntesis’ de diferentes campos: sostiene que una teoría del discurso y una economía política crítica pueden ofrecer una estrategi a analítica complementaria. Desde mi punto de vista, la ventaja principal de esta aproximación es que nos permite tomar ventaja de las categorías analíticas ofrecidas por la teoría del discurso y de la capacidad de analizar las estructuras económicas, mediante el uso de conceptos marxistas: los medios constituyen discursos particulares y se les considera estructuras económicas materiales, las cuales son irreducibles a la discursividad.


La principal desventaja aquí es que no todos los problemas potenciales evitados por Dahlberg −entremezclar ontologías incompatibles− pueden ser completamente evitados. La cuestión aún permanece, en otras palabras, cómo concebir la materialidad de la economía sin la ontología de Laclau.


Estos dos caminos –la economización de la teoría del discurso y la integración paralela de la economía política crítica y la teoría del discurso– no son mutualmente exclusivos y, en cierto sentido, la última aproximación debe incluso representar el tipo de suplemento defendido por la primera aproximación. Lo que ambas vías comparten, sin embargo, es la premisa de que la teoría del discurso no es opuesta discurso (de ningún modo) a la economía política crítica y que esta puede, por el contrario, proveer un suplemento sólido a su trayectoria. Como Dahlberg (2011, 56, énfasis original) acertadamente enfatiza “la teoría del discurso ofrece una contribución a la economía política crítica, en lugar de ser un enemigo de la misma”. Esto también significa que a pesar del rechazo (parcial) de Laclau hacia la economía y la clase, la teoría del discurso puede de hecho dar conocimientos que son útiles para la economía política. Si la construcción de discursos particulares mediados (ya sea alrededor, a través o dentro de los medios) tiene que ser completamente entendida, la integración de la economía política crítica y la teoría del discurso ofrecen un camino emocionante y necesario por delante.


Crítica: de regreso al conflicto hegemónico


Hasta este punto, este artículo ha enfatizado cómo el marxismo juega un papel crucial en estructurar el trabajo de Laclau y sus reflexiones sobre su trayectoria intelectual. Además, el articulo ha discutido y problematizado la noción de Laclau sobre el capitalismo globalizado con énfasis en sus consecuencias, para la economía política crítica y su más amplia influencia en su trabajo teórico. A través de esta discusión, han sido resaltadas las potencialidades e inconsistencias que enfrentan un compromiso sistemático a favor y en contra del capitalismo, dentro de los estudios de los medios.


La sección 4 vuelve hacia la cuestión de la crítica: ¿cómo y de qué forma puede la teoría del discurso ser operacionalizada como una aproximación crítica, en el contexto de los estudios de los medios? Y ¿cuáles son las condiciones para utilizar la teoría del discurso? El argumento básico desarrollado en esta sección será presionar la teoría del discurso de Laclau, para ir más lejos en la dirección de una agenda política normativa. En contra de los señalamientos del relativismo, la sección intentará resaltar una perspectiva cuyo matiz es el trabajo de Laclau.


Una de las formas más productivas de articular los potenciales críticos de la teoría del discurso dentro del contexto de los estudios críticos de los medios ha sido estructurarla como una forma de crítica ideológica (ver Dahlberg 2011; Phelan 2016). Se debería notar inmediatamente que Laclau no se refiere a la noción de ideología del marxismo clásico, entendida como una forma de falsa consciencia que “enmarcara las relaciones económicas reales de explotación” (Phelan y Dahlberg 2011, 26; ver Laclau 1990, 89-92).


Dicho entendimiento de la ideología es fundamentalmente incompatible con la estructura ontológica de Laclau. De acuerdo con Laclau, el problema con esta forma particular de conceptualizar la ideología no es solamente que esta descansa en una concepción esencialista de lo social, sino que también esta está enraizada en una distinción de identidad falsa-verdadera, en la cual la “identidad verdadera” implica un sustento “positivo y no contradictorio” (Laclau 1990, 91). Visto desde la teoría del discurso laclauiano, la cual ve lo social como siempre perforado por una ausencia constitutiva y una negatividad radical que postula la identidad de cualquier agente dado como dada, en la relación antagonizada hacia otro amenazante −esta posición no puede ser mantenida. Simplemente no puede existir una identidad “positiva” y autosuficiente.


Para evitar estas incompatibilidades, Laclau (1990, 92) reconstruye activamente la noción de ideología para designar “estas formas discursivas por las cuales una sociedad intenta constituirse a sí misma sobre las bases del cierre de la fijación del significado, del no reconocimiento del infinito juego de diferencias”. La ideología para Laclau implica una forma de mal reconocimiento, en la cual un discurso particular es percibido como positivo, neutral o autosuficiente. Esto consiste en ver un sistema particular como simplemente dado, como algo que no puede ser de otra manera; “un deseo de cierre total por los proyectos políticos” (Howarth 2000, 122, énfasis original). Como Phelan y Dahlberg (2011, 27) claramente lo señalan, la ideología “está presente cuando un sistema discurs ivo particular, como el neoliberalismo, es visto como ‘todo lo que hay’, su lógica hegemónica se ha convertido en algo tan naturalizado y sedimentado que las condiciones […] políticas de su constitución discursiva inicial ya no son socialmente reconocidas”.


La crítica ideológica, entonces, consiste en desnaturalizar o desencializar lo que parece como neutral. Es, como un pasaje muy citado por Laclau (1990, 92), una “crítica de la ‘naturalización del significado’ y de la ‘esencialización de lo social’”. La crítica ideológica, en este sentido, se acerca a lo que Laclau, quien apropiándose de conceptos de Husserl, denomina reactivación. En oposición a discursos sedimentados los cuales son estructuras que han logrado neutralizarse, a través de “la rutinización y el olvido de sus orígenes” (Laclau 1990, 34), la reactivación designa una recuperación o re-sensibilización hacia la contingencia de cualquier discurso.


De este modo, “la reactivación no […] consiste en volver a la situación original, sino simplemente en redescubrir por medio de la emergencia de nuevos antagonismos, la naturaleza contingente de la así llamada ‘objetividad’. Sucesivamente, sin embargo, este redescubrir puede reactivar la comprensión histórica del acto original de institución, en la medida en que las formas entumecidas, que fueron consideradas como simple objetividad y dadas por sentadas, se revelan ahora como contingentes y proyectan esa contingencia hacia sus propios orígenes (Laclau 1990, 34 énfasis original).


La reactivación es, en otras palabras, una repolitización de la contingencia de lo social: es una manera de des-objetivizar la (así llamada) objetividad, al traer la siempre-necesariamente excluyente dimensión de vuelta a la vista. Consiste en traer “el significado original de lo social”, Laclau escribe en otra parte, “al mostrar su esencia política” (1990, 160). Aquí, sin embargo, la esencia no debe concebirse como un particular a priori o un contenido trascendental, sino como una cierta forma, a través de la cual la realidad social es instituida. En este sentido, el mostrar la esencia política designa un descubrimiento del “momento de institución original de lo social [que] es el punto desde el cual su contingencia es revelada” (Laclau 1990, 34 énfasis original), el cual también muestra “la violencia original de las relaciones de poder a través del cual el acto instituyente tuvo lugar” (ibid).


La noción reconstruida de Laclau sobre ideología no es necesariamente algo que pueda o deba ser totalmente eliminado. La ideología es más bien algo que es integral a la vida diaria y, como tal, esta no puede ser evitada. En este sentido, el objetivo de la crítica ideológica es “iluminar las condiciones políticas y sociales que permiten que un régimen ideológico particular se sostenga e imaginar productivamente diferentes y mejores formas de apego e identificación ideológica que puedan ser posibles” (Phelan 2016, 282, énfasis original).


Si se concibe de esta forma, entonces la concepción de Laclau sobre ideología comienza a aproximarse a una parte del terreno crítico más familiar al marxismo clásico. Por ejemplo, como ha sido discutido por Devenney (2004), esta forma de crítica (y, de hecho, el proyecto político más amplio de Laclau) puede ser interpretada como una crítica de la instrumentalización del conocimiento, lenguaje y sujeto. La crítica ideológica puede ser vista como un acercamiento a la crítica de la fetichización y neutralización de las estructuras sociales.


Para fortalecer aún más la argumentación, la crítica ideológica de Laclau se asemeja a la lógica encontrada en la noción de reificación de Lukács, aunque él quizá objete sobre dicha comparación. Esta es una forma de mostrar cómo aquello que aparece como algo simplemente dado es, en realidad, el resultado de un sistema histórico particular y de decisiones políticas.


Conectando esta discusión con la temprana división tripartita de medios y discursos, la ideología puede ser vista como un trabajo sobre tres distintos niveles, en el contexto de los medios: como discurso ideológico acerca de los medios, por ejemplo, discursos que posicionan ciertos medios como neutrales, necesarios o esenciales al funcionamiento de la sociedad; como discursos ideológicos distribuidos a través de los medios, por ejemplo, los discursos que son articulados a través de los medios que claman ser neutrales o ahistóricos; o como medios de comunicación que toman la apariencia de construcciones neutras en sí mismas. Al unir esto con la perspectiva económico-política radical discutida anteriormente (Dahlberg, 2011), sería además posible mostrar cómo dichas afirmaciones ideológicas han funcionado en conjunción con justificaciones económicas y justificaciones, relativas a la supuesta necesidad de ciertas estructuras económicas. Esto, en otras palabras, sería posible para mostrar cómo ciertos medios capitalistas han intentado neutralizarse a sí mismos, a través de justificaciones económicas o cómo discursos particulares sobre los medios –por ejemplo, la relación entre servicio público y medios capitalistas o la relación entre un Internet de uso común y uno corrido por un conglomerados de medios multinacionales− han intentado esencializarse ellos mismos.


¿Cuáles son las condiciones para conducir este tipo de crítica ideológica? En este contexto, Dahlberg (2011, 44) ha sostenido que la condición primaria para este tipo de crítica es aceptar (radicalmente) la contingencia como una necesidad: “es claro que una implicación mínima de la teoría del discurso para la crítica es un compromiso con la amplitud o con la contingencia radical” (2011, 44, énfasis original). Mientras que estoy de acuerdo con que un compromiso con la contingencia es una condición particular, un criterio más a fondo debería ser tomado en cuenta en el trabajo de Laclau. Por lo menos, a lo que yo he leído de Laclau, hay tres argumentos adicionales que deben tenerse en consideración:


(i) Mientras que el post-marxismo conlleva la necesidad de un escrutinio continuo y autoreflexivo, este no necesita la abolición de todos y cada uno de los proyectos emancipatorios: al contrario. De este modo, mientras Laclau (1990, 188) aclara que es sistemáticamente necesario vincularse con “una crítica del fundamentalismo de los proyectos emancipatorios de la modernidad”, él también manifiesta que esta crítica “no involucra un abandono de los valores humanos o políticos del Iluminismo, sino una modulación diferente de sus temas”. El argumento aquí es que mientras que cualquier proyecto para la constitución de la sociedad no puede ser basado en una esencia última y fija, esto no significa perder todos y cada uno de los proyectos emancipatorios. Más bien, “aquellas que para la modernidad eran esencias absolutas han pasado ahora a ser construcciones contingentes y pragmáticas” (Laclau, 1990, 188-189). Como construcción pragmática, las visiones políticas no deberían ser necesariamente abandonadas, sino que deberían ser localizadas en las luchas hegemónicas concretas. En este sentido, “el abandono del mito del fundamentalismo no conduce al nihilismo […] sino que más bien radicaliza las posibilidades emancipatorias ofrecidas por el Iluminismo y el marxismo’ (Laclau, en: Marchant 2007, 156). La deconstrucción de la tradición no debería simplemente conducir a una ausencia en la forma de un “colapso de toda tradición radical” (Laclau 1990, énfasis original).


(ii) Laclau (1990, 190) destaca que las visiones políticas no pueden ser deducidas ni del posestructuralismo, ni tampoco del post-marxismo como sistemas teóricos: “las corrientes que han sido llamadas post-estructuralistas han creado […] un cierto clima intelectual, un cierto horizonte que hace posible un conjunto de operaciones teórico-discursivas”. Este clima ha permitido una reformulación teórica del marxismo más allá de cualquier fundamento estable y esencial. Sin embargo, al abordar dicha perspectiva teórica, esta simultáneamente ha permitido una “intensificación de las prácticas políticas que van en dirección de una ‘democracia radical’” (Laclau, 1990, 190). En este punto, Laclau explica que la teoría no puede ser equiparada con la producción de un cierto orden normativo, aunque esta puede ayudar en el avance de cualquier orden por medio de prácticas concretas. Aunque este argumento pueda parecer menor, este también indica que –contra, por ejemplo, la concepción de Rancière (1999) de política o la noción de multitud y de “estar-en contra” de Hardt y Negri (2004)− un proyecto político para la Izquierda no puede ser directamente inferido o deducido desde una teoría del discurso. No hay razón para tal motivo de la lucha política, como la concibe Laclau debe se r lucha política por la Izquierda o política progresiva. La emancipación, igualdad y justicia no son necesariamente incorporados dentro de sus categorías teóricas.


Esto también significa que mientras Laclau abre (e incluso enfatiza) la necesidad de evocar nuevos proyectos radicales y normativos, la teoría del discurso no puede dar soluciones y respuestas a priori a cuestiones éticas. Es decir, no es posible deducir una política transhistórica o ética, desde la teoría del discurso como un marco intelectual. La respuesta a cuestiones éticas particulares –por qué X o Y es malo, maligno o destructivo− deben ser vistas en su entera contingencia radical, como actos de decisiones genuinas. Tales actos de decisión tienen inminentemente aspectos prácticos. Estos serán siempre situados dentro de un terreno de discursos competitivos, los intentos por hegemonizar lo social: “si la decisión tiene lugar entre indecidibles estructurales, el tomarla solo puede significar la represión de las decisiones alternativas que no se realizan. Es decir, la “objetividad” resultante de una decisión se constituye, en su sentido más fundamental, como relación de poder” (Laclau 1990, 30).


Tal y como Laclau sostiene, la contingencia de la decisión no debería llevar al pesimismo: “si las relaciones sociales son contingentes, eso significa que pueden ser radicalmente transformadas a través de la lucha, en lugar de concebir esa transformación, como una autotransfomación de carácter objetivo” (Laclau 1990, 35-36, ver también Laclau 2001, 14). Esta línea de argumentación algunas veces conduce a una crítica de Laclau (y Mouffe) por ser relativista, como la base para hacer afirmaciones de verdad es hecha contingente e histórica en lugar de esencial. Sin embargo, como Howarth (2000, 123) ha fuertemente defendido, este tipo de “chantaje del Iluminismo”, en el cual, “al menos que uno tenga o recurra a fundamentos absolutos para defender un proyecto político, entonces uno no tiene ningún fundamento en absoluto”, no debería ser aceptado. Más bien, cualquier proyecto político tendrá que competir contra otros proyectos históricos hegemónicos y es, por lo tanto, “la propuesta actual que ellos [Laclau y Mouffe] (y otros) presentan, la cual debe ser evaluada y no las condiciones de posibilidad para hacer juicios en lo más mínimo” (Howarth 2000, 123).


(iii) Laclau ha sostenido que el rol del intelectual debería ser el de reestructurar, siguiendo la noción gramsciana de “intelectuales orgánicos” (Laclau 1990, 1995-1996; Gramsci 2005 [1971]). Por tanto, según Laclau (1990, 196), los intelectuales deberían contribuir al inventar lenguajes, sin tomar, sin embargo, el rol de una elite autoritaria, en su lugar deben enfatizar básicamente los aspectos colectivos del cambio social.


Estas tres condiciones van más allá de aceptar la contingencia: estas condiciones requieren de la práctica política. Con estas condiciones puestas en mente, es factible construir una versión de una teoría del discurso que vaya más allá de des-esencializar, des-neutralizar y de criticar esencias. Más bien, es una teoría del discurso que no empuja a un lado la normatividad, sino que la ubica como parte vital de cualquier proyecto crítico. Tal y como resalta Laclau (1990, 193), la deconstrucción de la realidad social “allana el camino para la r ecuperación de la tradición radical, el marxismo incluido (1990, 193). Así, “uno necesita conocer por qué se está luchando, que tipo de sociedad uno desea establecer. Esto requiere desde la Izquierda un adecuado entendimiento del origen de las relaciones de poder y las dinámicas de la política. Lo que está en juego es la construcción de una nueva hegemonía. De esta forma nuestro lema es: ‘Volver a la lucha hegemónica’’ (Laclau y Mouffe 2014 [1985], xviii-xix).


Si aceptamos inminentemente este práctico slogan –volver a la lucha hegemónica− entonces, la investigación puede simplemente criticar la clausura del sentido. Más bien, la investigación debe vincularse en una crítica sistemática y normativa de la subordinación y la opresión, la cual intenta explicita y abiertamente forjar nuevos proyectos políticos que revitalizan las tradiciones radicales. Volver a la lucha hegemónica es inminentemente un llamado por la práctica política por medio de la investigación la cual toma seriamente las cuestiones normativas.


Conclusión: las implicaciones de la aproximación de Ernesto Laclau para los estudios críticos de los medios.


En este documento, he cubierto un terreno considerable, abarcando muchas interrogantes y discusiones. Sin embargo, estas diferentes lecturas de intersección han sido todas impulsadas por el mismo objetivo subyacente, específicamente enfatizar la fecundidad de la participación, tanto afirmativa como críticamente usando el trabajo de Laclau, en el contexto de los estudios críticos de los medios. Si uno hace alusión a versiones comprimidas de la teoría del discurso, limitadas a unos cuantos conceptos, uno, al descontextualizarlos de su contexto original, se arriesga a reducir los argumentos de Laclau.


Este artículo ha intentado, de una forma opuesta, subrayar cómo una vinculación con los trabajos de Laclau puede ser productiva. Mientras que este esfuerzo no de bería ser visto como exhaustivo, este puede ofrecer un punto de inicio constructivo para futuras discusiones. En esta etapa final, voy a explicar brevemente las principales implicaciones para el estudio crítico de los medios basado en los argumentos presentados en este documento.


Primero, mostré como el marxismo y la tradición marxista juegan un rol crucial para Laclau (sección 2). En lugar de limitarme a una posición marginal o a un punto negativo del criticismo, es mi opinión que el marxismo –entendido como una tradición intelectual heterogénea, privilegia la emancipación y la crítica sistemática de la explotación, alienación y la subordinaciónconstituye el trasfondo histórico primario para la teoría del discurso. La investigación critica de los medios de comunicación debería tomar en cuenta esta dimensión marxista, cuando se aproximen y utilicen el trabajo de Laclau.


Esto no solamente implica una cierta posición normativa-critica, sino que también ofrece una oportunidad para pensar y desarrollar diálogos constructivos con otras formas de críticas marxistas de los estudios de los medios. En este sentido, la teoría del discurso está abierta a vincularse y apropiarse de conceptos centrales desde otras líneas de investigación, siempre y cuando, los argumentos ontológicos básicos se mantengan intactos (ver también Torfing 1999, 290-292).


Segundo, sostengo que la perspectiva teórica de Laclau sobre la lucha política (populismo) fue amarrada con una particular adopción del capitalismo (globalizado) y las relaciones de clase (sección 3). Al discutir críticamente esta relación desde varias perspectivas, intente mostrar algunos de los problemas y ambigüedades contenidas dentro de estas nociones. Un camino potencial para futuras investigaciones podría ser empezar a incorporar, de una forma más directa, los análisis de clase y economía política en conjunción con la teoría del discurso. Como he discutido en este trabajo, la literatura emergente en relación a la conexión entre teoría del discurso y economía política muestra una gran promesa en esta área (Dahlberg 2011, 2014; Mylonas 2014). Investigar a lo largo de estas líneas puede empezar a deconstruir las formas, en las cuales las relaciones de clase influyen en la producción de discursos o cómo formas particulares de trabajo han sido justificadas, al recurrir a justificaciones económicas y racionales.


Finalmente, discutí las cuestiones sobre la teoría del discurso y la crítica ideológica (sección 4), un tema que ha sido reactualizado por un número de investigadores críticos de los medios (Phelan 2016; Phelan y Dahlberg 2011; Dahlberg 2011). Mi principal argumento aquí fue que la crítica ideológica no es solo una crítica de la especialización, neutralización y rutinización de lo social, sino que esta crítica debe ser concebida dentro del contexto de un repensar emancipatorio de lo social. Me parece que este argumento empuja a Laclau más allá de lo que es usualmente tratado dentro del contexto de los estudios críticos de los medios. Lo que está en juego, en mi opinión, no es solo una forma insertada de normatividad dentro de la teoría en sí misma (Critchley 2004; Marchart 2004), sino una sensibilidad política intencional.


Según Laclau (1990, 1996), cualquier proyecto emancipatorio nunca puede ser basado en una fundación última. Más bien, este tendrá que mantener un constructo contingente y pragmático perforado por una falta constitutiva, que debería ser escudriñada de forma continua y autoreflexiva. Sin embargo, manteniendo esto en mente, todavía mantengo que la formulación de dicho proyecto es una parte integral del trabajo político y teórico de Laclau. Empujando este punto aún más lejos, regresando casi de forma cíclica al primero de los tres argumentos presentados, este proyecto emancipatorio debería ser localizado dentro de una trayectoria socialista/marxista, como una revitalización de una tradición histórica y radical. Concebida en este punto, la teoría del discurso puede comenzar a aparecer como una teoría critica genuina, que es simultáneamente explicativa, práctica y normativa. En una era dominada por los medios capitalistas y de hegemonía neoliberal, dichas teorías críticas son urgentemente necesarias.


Referencias (como en el document original)


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