LA SOCIABILIDAD EN LAS FÁBRICAS TEXTILES EN PUEBLA DURANTE EL AUGE Y DECLIVE DE LA ETAPA PORFIRIANA (1884-1910): VIDA COTIDIANA, ESPARCIMIENTO Y FESTIVIDADES



Denisse Muñoz Asseff
Universidad Autónoma Indígena de México, México.
https://orcid.org/0000-0003-2897-7334
carmencarmenmunoz@hotmail.com



RECIBIDO: 08/11/2023

ACEPTADO: 11/12/2023

PUBLICADO: 15/01/2024



Cómo citar: Muñoz Asseff, D. (2024). La sociabilidad en las fábricas textiles en Puebla durante el auge y declive de la etapa porfiriana (1884-1910): vida cotidiana, esparcimiento y festividades. Telos: Revista de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias Sociales, 26(1), 324-339. www.doi.org/10.36390/telos261.20


RESUMEN


La asistencia que proporcionaban las organizaciones mutuales no era la única actividad que estas llevaban a cabo, pues también una serie de actividades culturales estaban entre su agenda, sin embargo estas permeaban en otro aspecto de la vida de los trabajadores, como lo eran sus tiempos de ocio, y sus momentos de esparcimiento, en este sentido podemos decir que la sociabilidad formal se complementa con la informal a través de investigaciones que dan cuenta de las formas de sociabilidad que se introdujeron tanto en la asociaciones, clubes, círculos, agrupaciones políticas, logias masónicas, al igual que en las plazas, cafés, tabernas, pulperías y vida familiar. En síntesis, sociabilidad es un concepto para enmarcar las situaciones tradicionales a las que anteriormente se le colocaba la inscripción de vida cotidiana, civilización o historia de las costumbres. El presente artículo realiza un recorrido histórico sobre la sociabilidad en las fábricas textiles de Puebla durante los años (1884-1910), parte de la época conocida como Porfiriato en México. Utilizando una metodología de análisis documental con perspectiva historiográfica, a través de documentos oficiales, prensa y referencias bibliográficas Mediante el análisis e interpretación de la información, se ofrece una panorámica sobre la vida cotidiana, las festividades y actividades dentro y fuera de la fábrica, así como actividades de esparcimiento de los trabajadores. Se aborda el concepto de sociablidad para el análisis de la realidad de obreros y artesanos poblanos nos permite observar, desde diferentes ángulos sus formas de asociación y solidaridad.

Palabras clave: Sociabilidad; Obreros; Vida Cotidiana; Esparcimiento; Festividades.

 

Sociability in the textile factories in Puebla during the rise and decline of the Porfirian period (1884-1910): daily life, recreation and festivities


ABSTRACT


The assistance provided by the mutual organizations was not the only activity they carried out, since several cultural activities were also on their agenda, however these permeated another aspect of the workers' lives, such as their leisure time and leisure time. In this sense, we can say that formal sociability is complemented by informal sociability through research that account for the forms of sociability that were introduced both in associations, clubs, circles, political groups, masonic lodges, as well as in squares, cafes, taverns, pulper shops and restaurants. familiar. In short, sociability is a concept to frame the traditional situations to which the inscription of daily life, civilization or the history of customs was previously placed. This article reviews the history of sociability in the textile factories of Puebla during the years (1884-1910), part of the period known as Porfiriato in Mexico. Using a method of document analysis with a historiographical perspective, through official documents, press and bibliographical references By analyzing and interpreting the information, an overview is offered of daily life, festivities and activities inside and outside the factory, as well as leisure activities of the workers. It addresses the concept of sociability for the analysis of the reality of workers and artisans in the village, allowing us to observe, from different angles, their forms of association and solidarity.

Key words: Sociability; Laborers; Daily Life; Leisure; Festivities.

 

Introducción: Puebla en el Porfiriato y su importancia en el desarrollo del ramo textil


A pesar de que en el periodo que se inicia en 1876 y termina en 1911 es conocido genéricamente como Porfiriato, en realidad, el general Porfirio Díaz, logró consolidar su posición política sobre los gobiernos de los estados hasta 1884, año en el que regresó a la Presidencia después del gobierno de Manuel González. Esta distinción entre antes y después de 1884, cuando nos referimos al Porfiriato, es aún más clara en Puebla.


En 1885, el presidente Diaz, apoyó el surgimiento de una nueva clase poblana y de una nueva relación con los grupos que mantenían el poder económico en la entidad. En este contexto, el gobierno de Rosendo Márquez (1885-1892), evitó un enfrentamiento con los grupos políticos del estado y se comenzó a articular una nueva relación entre la economía del estado con la del resto del país, mientras que el gobierno de Mucio P. Martínez, (1893-1911) representó el apogeo del Porfiriato en Puebla.


El general Márquez no recurrió solamente a la negociación y la inclusión para garantizar la tranquilidad en el estado. También construyó los instrumentos para imponer la fuerza cuando fuera necesario. Pero la imagen general de los siete años que duró su gobierno en Puebla era de calma, ya que el dirigente supo dosificar el uso de la fuerza como solución en última instancia, prefiriendo la negociación, el avenimiento o incluso la amenaza (Lomelí, 2001: 266).


El gobernador de Puebla comprendió que no podía ir demasiado lejos sin el apoyo de don Porfirio, pero también sabía que el presidente no quería enfrentamientos con los sectores económicos más importantes del estado, sino una relación de colaboración con ellos. Con esta idea en mente logró su primera reelección en 1888, después de haber sido uno de los primeros en declararse públicamente en favor de que Porfirio Díaz se mantuviera en el poder (Lomelí, 2001: 267).


Las restricciones económicas pudieron irse superando a medida que la actividad productiva se reactivaba y comenzaba a generar mayores ingresos a la hacienda estatal. A pesar de la renuncia de los hacendados y empresarios de aceptar nuevos impuestos o la revisión de los ya existentes, el incremento de la actividad económica mejoró significativamente las finanzas estatales y permitió la realización de una gran cantidad de obras de infraestructura y de asistencia social durante los últimos años del gobierno del general.


Durante el gobierno de Rosendo Márquez, tuvo lugar un trascendental cambio en el estado en materia de comunicaciones y transportes. Puebla había sido desde la Colonia una intendencia difícil de administrar porque el relieve geográfico dificultaba los desplazamientos a lo largo y ancho del territorio. La situación cambió de modo significativo con el tendido de las vías del ferrocarril y las líneas de telégrafo. Aunque la construcción del ferrocarril México-Veracruz, que por fuerza atravesaba el estado de Puebla, había comenzado desde mucho antes, la capital quedó incomunicada con el puerto más importante del país hasta 1873, cuando Lerdo de Tejada inauguro esa línea ferroviaria, pero fue durante el Porfiriato que se intensificó la construcción de las líneas que atravesaron el estado en toda su extensión (Lomelí, 2001: 265).


En realidad, en estos aspectos, obtuvo logros modestos: no pudo superar los kilómetros de vías ferrocarrileras logrados por Márquez, ni consiguió mejoras sustanciales en el funcionamiento de la burocracia estatal. La prosperidad económica que se alcanzó en el estado durante su periodo se consiguió gracias a la iniciativa del gobierno federal que al gobierno estatal. Varios de los grupos que originalmente lo habían apoyado para obtener la gubernatura se decepcionaron de su desempeño.


No obstante, la industria textil se desarrolló de manera favorable en la ciudad de Puebla, gracias al pragmatismo de la política comercial practicada en el Porfiriato; los industriales pudieron establecer una interlocución ágil y directa con el gobierno federal, logrando una política próspera para el desarrollo de sus intereses comerciales. Desde inicios del Porfiriato ya se hablaba en la prensa sobre la importancia de la industria textil:


En la siguiente nota, se habla acerca de las fábricas existentes a las afueras de la ciudad de Puebla y el tipo de textil que elaboraban:

El pueblo de Puebla es sumamente trabajador y se ocupa muy poco de nuestros trastornos políticos. Las fábricas más notables son: la de El Valor, que se ocupa de madapolanes, alemaniscos, toallas servilletas, cintas y mantas, la del Patriotismo, Molino de en medio, El Mayorazgo, La concepción, La Encarnación, Santa Cruz, Las Cruces y Santa Fe, que se ocupan del tejido de mantas; la fábrica de estampados y hules de los Sres. Benítez, la de Tecalis, la fundición de Panzacola, la de seda de los señores Rivas y Tarradas (Periódico Oficial del Estado de Puebla, 26 de febrero de 1876 Tomo XLIL, p. 7).

En 1900, la quinta parte de la industria textil mexicana se concentraba en el estado, destacando la ciudad de Puebla y el distrito de Atlixco como los más favorecidos en este ramo. Aunque la mayor parte del capital invertido en la industria textil era nacional, el capital francés participó en la Compañía Industrial de Atlixco. El gobernador Martínez apoyaba la idea de que el gobierno estatal debía eliminar cualquier obstáculo que pudiera impedir a los particulares llevar a cabo sus decisiones de inversión y producción de bienes y servicios, por lo que desplegó una política de apoyo incondicional a los intereses de inversionistas nacionales y extranjeros que aportaron capitales para el desarrollo de nuevas industrias y para la consolidación de las ya existentes.


Los trabajadores industriales fueron quienes padecieron con mayor dureza la política represiva del gobernador, que tuvieron que sufrir la presencia de destacamentos militares en las principales plantas industriales. Cualquier trabajador que comenzaba a sobresalir como líder de sus compañeros corría el riesgo de ser enrolado por la fuerza al ejército. La leva forzada fue sin lugar a duda uno de los más efectivos métodos de disuasión que empleo el gobernador de Puebla.


El control que los jefes políticos ejercieron sobre los presidentes municipales fue vertical y en todos los casos siempre fue la misma, aplastar por la fuerza cualquier brote de rebelión de obreros, por insignificante que pudiera parecer. Sin embargo, esta política fue creando focos de resistencia en todo el estado, que influyeron en el clima político y social de los últimos años de Mucio P. Martínez.


Aunque el mandatario hizo todo lo posible por evitar que los obreros se organizaran, era inevitable que en las fábricas comenzaran a surgir movimientos a favor del reconocimiento de los derechos laborales: reducción de la jornada laboral, mejora en los sueldos En 1901, el gobernador Martínez, extremó las medidas de control policiaco ante la perspectiva de que los trabajadores de las empresas textiles se unieran y paralizaran la principal industria del estado, en lo que constituyó un primer aviso de la agitación que abría de aflorar cinco años después.


Pero ¿Cuáles eran las ventajas que tenía el estado de Puebla para que en él se establecieran las modernas fábricas textiles? En torno a ello debemos considerar la ubicación específica de la región en el territorio nacional, sus recursos naturales y humanos y la tradición que Puebla se había forjado con mano de obra de hilanderos y tejedores (Gamboa, 1985: 21).


A la vera de estos ríos, en terrenos de diversas haciendas y ranchos, originalmente se habían establecido molinos de trigo. En muchos de estos se instalaron las primeras fábricas textiles de la ciudad y lugares aledaños, aprovechando la fuerza hidráulica que los movía. Muchas fábricas conservaron o instalaron plantas que funcionaban con carbón de piedra, leña o petróleo, para hacer funcionar las máquinas en tiempos de estiaje.


A partir de 1880 empezó una nueva etapa de desarrollo para la industria con la introducción de la energía hidroeléctrica. Con la incorporación de telares automáticos y husos de alta velocidad, por lo que empezó a facilitarse más el uso de mano de obra calificada. El desarrollo y la modernización no fueron uniformes ya que para fines del Porfiriato todavía había plantas movidas por agua o vapor (Alonso, 1983: 34).



Las sociabilidades: el concepto en su contexto


El término sociabilidad ha hecho fortuna en los historiadores latinoamericanistas. Tiene una diversidad temática de una ambigüedad metodológica que proviene en parte de la heterogeneidad de influencias –la sociología, etnología, historia- y de la ausencia de reflexión sobre los alcances y límites de su utilización como categoría de análisis. Ello en parte por la arraigada idea de que la sociabilidad es una categoría de un sentido común que no necesita ser explicitada ni contextualizada. Pero no cabe duda que en la reciente historiografía latinoamericanista la sociabilidad haya presentado un peculiar atractivo para la Historia política.


Si la noción de sociabilidad fue reintroducida, en el vocabulario histórico hace unos 40 años, este neologismo no es obra de la historiografía contemporánea. Su genealogía nos obliga a remontarnos al siglo XVIII que experimenta una expansión en el campo semántico de lo social. La definición de sociabilidad como “principio de las relaciones entre las personas” o “aptitudes de los hombres para vivir en sociedad designa para Maurice Agulhon a cualquier relación humana (Agulhon, 2009).


La noción de sociabilidad como “principio de las relaciones entre las personas” o “aptitudes de los hombres para vivir en sociedad designa para Maurice Agulhon a cualquier relación humana. Con la ilustración, “la sociedad” deja de designar exclusivamente la compañía o asociación de los particulares para hacer referencia a una comunidad amplia y durable, de agrupación natural o pactada, que comienza a postularse como el terreno de la experiencia humana. Esta acepción que aparece en los diccionarios de fines del siglo XVII, va a convertirse en uno de los pilares ideológicos de la Revolución (Agulhon, 2009, p. 31).


Incluso bien entrado el siglo XIX se sigue utilizando sociedad como sinónimo de asociación y ambas son consideradas como espacio de desarrollo de la sociabilidad, como relaciones civiles. La sociabilidad, permite así postular la existencia de una sociedad como espacio de las interacciones sociales, producto de la sociabilidad. En el mundo académico, la sociabilidad es un concepto que tiene su origen en los estudios sociológicos, entre los que destacan los realizados por autores sociológicos entre los que destacan Georg Simmel, Max Weber y Georges Gurvitch, este fue uno de los sociólogos del siglo XX más recurrente en emplear el citado término (Chapman, 2015).


Durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, Agulhon centro sus investigaciones en el análisis de las formas y espacios de sociabilidad. El resultado de dicho proceso fue un número considerable de publicaciones. En gran medida la obra de Agulhon encarnaba lo que Marcel Gaucher llamó la “nueva historia política” que introducía una renovación, diversificación y legitimación en la historiografía, específicamente en su objeto de estudio dando paso a la interdisciplinariedad y multidisciplinariedad, empleando palabras del historiador ingles Peter Burke se trataba de una historia con concordancia, en la que dos o más disciplinas de las ciencias sociales se encontraban alrededor de una problemática.


En el caso de la sociabilidad obrera si bien debemos de tener en cuenta que no podemos homogeneizar el comportamiento de los actores pertenecientes a las asociaciones, si podemos observar como los lazos de solidaridad entre los obreros no sólo dentro de las asociaciones sino también fuera de estas, fueron los que en gran medida los ayudaron a sobrevivir e incluso mejorar sus condiciones de trabajo.


Por otra parte, la sociabilidad entramada junto con el concepto de cultura política empezó a generalizarse en el ambiente intelectual de occidente como fruto del giro cultural de los setenta, junto con el desarrollo de la historia de las mentalidades. Sin embargo, no se inscribe en el contexto historiográfico de los años setenta, sino más bien de los ochenta


La política es una realidad social muy efectiva desde el punto de vista historiográfico por que permite adentrarse en el mundo del poder a través de la acción, los discursos políticos, los mitos, los símbolos, la identidad, las imágenes o el lenguaje como formula persuasiva. En este sentido Maurice Agulhon conecto, por su parte, lo político a las mentalidades a través del poliédrico y sugerente concepto de sociabilidad.


Por otra parte, la categoría de “cultura política” utilizada por Serge Berstein, es definida como “un sistema de referencias en el que se reconocen los miembros de una familia política, recuerdos históricos comunes, héroes consagrados, textos fundamentales (aunque no se lean), símbolos, banderas, fiestas, vocabulario codificado, sin olvidar la importancia de los ritos”. (Ridolfi, 2009).


El concepto de sociabilidad, al concretar lo político con las mentalidades nos permite analizar desde diversos ángulos la vida de los obreros poblanos en el siglo XIX, pues las asociaciones son solo un punto de partida para entender como los obreros trataban de acceder al poder político a través de las mutualidades para el mejoramiento de sus condiciones de trabajo. Lazos políticos que alguna vez como artesanos llegaron a tener pero que perdieron al establecerse las republica liberal y que conllevó al detrimento de sus condiciones laborales.


El tener como método de análisis el concepto de sociabilidad nos ha permitido ver como la ideología liberal triunfante en el México de la segunda mitad del siglo XIX, permeó en los discursos, símbolos, mitos, imágenes e identidad de los obreros mexicanos y poblanos, puesto que sus demandas enhuelgas aludían a la constitución liberal de 1857 como método para hacerse escuchar así como las imágenes e identidad de estas asociaciones fueron encarnados en los héroes de la reforma liberal a quienes se rendía culto en las fiestas cívicas que eran nutridas por fuertes grupos obreros u organizadas por ellos mismos.


La sociabilidad nos permite involucrarnos en ese mundo de ocio y cultura cívica que nos hace alejarnos de la perspectiva de “dolorismo” del que nos habla Alan Corbain en el que se da más importancia al análisis de los dolores y sufrimientos de la clase obrera, que, a sus momentos de diversión, los cuales nos dan otra veta de reflexión acerca de lo que significaba ser un obrero mexicano el siglo XIX.


Comencemos por entender que el peso del pasado y su uso en la construcción de las identidades políticas colectivas producen diferentes formas de manifestaciones públicas, en primer lugar, a través de fiestas civiles (nacionales, políticas, de partido) y conmemoraciones (de aniversarios, personajes históricos y caídos en la guerra)


Si consideramos la política no solo como el conjunto de ideas de la elite y los proyectos para le gestión del poder, sino también como el “modo de comunicar con los demás y de comprender el mundo”, así mismo como la capacidad de “asimilar las formas tradicionales de la vida social” se comprenden los múltiples usos simbólicos y culturales de la política y por ende, la importancia del estudio de las festividades cívicas para una mejor comprensión e la cultura obrera (Ridolfi, 2009).


Los rituales públicos representan visiones míticas del mundo en formas dramáticas, entrelazados en símbolos que tienden a simplificar la precepción de las relaciones entre los individuos y a poner en relación los factores emocionales con las normas éticas y jurídicas que cada sociedad se da como reglas para la vida en común.


Sin embargo, la fascinación de las fiestas y conmemoraciones deriva, sobre todo, de la “ambigüedad que las caracteriza”. Pueden ser al mismo tiempo, fuente de legitimidad y estabilidad para el poder, pero también ocasión de estimulo en la construcción de prácticas sociales y retoricas publicas abiertamente antagonistas respecto a los rituales oficiales.


La necesidad de hacerse reconocer y de aunar consensos entre los distintos grupos sociales comporta la construcción de un sistema de signos y símbolos que, suscitando emociones y una implicación sentimental, puedan adscribir el imaginario político en la mentalidad colectiva.


De modo que el campo de reflexiones desarrolla sobre un tiempo largo, a través de los rituales de la memoria (conmemoraciones de héroes y mártires patrióticos, fiestas nacionales, ceremonias civiles) y lo símbolos (una bandera, un himno, un color), es decir aquellos signos que reafirman el valor de una idea condensando en ella los significados sociales y culturales.


En este sentido, nos permiten analizar en el caso de las organizaciones obreras mexicanas, como los rituales de la memoria son representados por los héroes liberales, quienes personificaban los factores emocionales de los que llevaron al país a las condiciones de libertad y en cierto modo de los creadores de una patria, para de este modo aleccionar acerca de las normas ideológicas liberales que debían regir la vida de los individuos.


Respecto al comportamiento de los individuaos y los grupos, el rito desempeña la función de suscitar un consenso de naturaleza emocional y de instruir en las formas de comunicación política entre gobernantes y ciudadanos, así como entre líderes y militantes, que transmitían el significado simbólico de normas y valores sociales.


El lenguaje entra en juego como fórmula persuasiva puesto que en las asociaciones mutuales los textos fundamentales, como era la prensa, ya fuese nacional o específicamente obrera, construía un discurso mediante el cual los gobernantes y elites en general expresaban estereotipos y aspiraciones acerca de como se creía que era y de como debería ser la clase obrera.


Por otra parte, los líderes y elites a través de los medios periodísticos también expresaban el significado simbólico de las normas y valores que un buen trabajador perteneciente a una república liberal debía seguir para la manifestación del orden y la paz social,


Entre estas normas se encontraba el tratar que el obrero no se hiciera adicto a las bebidas alcohólicas para evitar los desmanes públicos, que ahorrara y no pidiera prestado para contribuir a la economía de los de su “clase” y por supuesto su adhesión a las organizaciones de ayuda mutua, las únicas permitidas y auspiciadas por los gobiernos liberales, por representar la sumisión a al régimen republicano.


En cualquier caso, a partir de los proyectos de pedagogía nacional promovidos por las elites liberales en el siglo XIX, pasando por la masificación de los rituales de las memorias bélicas, la representación de las identidades nacionales y del sentimiento patriótico se plantea una y otra vez como un desafío importante en los procesos de construcción de la democracia política.


Entre los siglos XIX y XX con el objetivo de redefinir los momentos clave de la historia nacional y de mantener vivo el recuerdo de la memoria cultural publica, las clases dirigentes utilizaron el pasado y su representación –bajo formas escritas, verbales, iconográficas o simbólico rituales- para legitimar no solo y no tanto el poder en sí, sonó mas bien la idea y la encarnación del principio de soberanía nacional.


Hay que observar entonces no solo el uso político de los rituales de la memoria y las fiestas nacionales, sino también su capacidad de suscitar emociones y sentimientos de identidad, cuando no autentificas formas de religión civil.90 En la construcción de un sentido de identidad y de solidaridades colectivas, las guerras nacionales y el recuerdo de las victimas (militares y civiles) han representado el principal objeto de conmemoraciones. Esta ritualización del recuerdo se vuelve más compleja cuando se trata de guerras civiles, cuyo contenido antinacional y antiheroico hace más evidente el conflicto simbólico subyacente, haciendo mas áspera la tensión ente los puntos de vista oficiales y las contra historias en el relato y en el espacio público.


¿Por qué interesarse en la historia de las fiestas, en su múltiple declinación (civil o política, local o nacional, de partido o institucional, etc.)? Sobretodo porque permite reconsiderar la relación entre la historia de un país (o bien de una comunidad) y su memoria publica, el tipo de uso político del pasado con mayor reflejo público. Si el poder es una forma de comunicación entre quien gobierna y los gobernados, las fiestas son una parte constitutiva de ella. Hacer la historia de las fiestas de una nación significa, por tanto, conjugar un capítulo de la historia de las instituciones con otro de historia social y cultural de la política.


Interrogarse además sobre la guerra de fechas que siempre está detrás de la composición de los calendarios civiles define que eventos y que figuras del pasado legitimar como objeto de conmemoración, mistificando la sustancia de las efectivas jerarquías sociales, con la finalidad de legitimar equilibrios de poder.


En el escenario de los rituales públicos confluyen actores diversos: en primer lugar, el estado y las instituciones (las fuerzas armadas, por ejemplo) pero también la iglesia y los organismos eclesiásticos ocupados en reivindicar los tradicionales espacios religiosos, así como las organizaciones políticas y las asociaciones formadas por diversos grupos de la comunidad.


Los rituales públicos para el caso de México y sobre todo del estado de Puebla no pueden estar exentos de la particularidad religiosa, pues desde la católica había sido constante, mas tarde con la secularización y la conmemoración patriótica, la diversión cambia de giro, uniéndosele la fiesta cívica, la cual en la letra tiene el carácter laico, aunque no prescinde de las formas de diversión ligadas a la vida religiosa. Sin embargo, las fiestas religiosas no podrían nunca extinguirse de la cultura festiva de la ciudad de Puebla.



Sociabilidades obreras dentro y fuera de la fábrica: trabajo, esparcimiento y vida familiar.


De acuerdo con Agulhon, existe un ámbito en el que la brecha entre la historia eventual e historia de lo cotidiano es menos profunda que en otros: la historia obrera. Los obreros lograron su afirmación a través de la revuelta, estudiar su vivencia forma parte de la búsqueda de las causas mismas de su acción colectiva. La sociabilidad obrera suele matizarse de crítica social y de lucha, en parte porque estos hombres sencillos y fraternos tienen fácilmente reacciones de grupo y la idea que se suele adoptar es la idea de todos (Agulhon, 1994). Es decir, en la vida cotidiana representada en la sociabilidad informal podemos encontrar las raíces de la lucha obrera en México.


Esto en el caso de la ciudad de Puebla nos hace preguntarnos en donde se ejercía principalmente esta sociabilidad informal y para responder lo primero que debemos saber es de dónde provenía la mano de obra, en relación con esto, se afirma que si, la moderna producción textil se vio en la necesidad de reclutar mano de obra proveniente de localidades situadas dentro del estado, pero no del municipio de Puebla. Esto obedeció a una primera razón: la resistencia del sector artesanal al desarrollo del sistema fabril (Dawn, 1973: 224).


Esta fue una constante hasta 1870, cuando comenzó a presentarse un proceso de auto reproducción de la fuerza de trabajo fabril por la herencia del oficio. Algunas medidas que tomaron los primeros empresarios textiles ante la parcial rigidez en la oferta del mercado de trabajo fue la creación de villas fabriles para asegurar un núcleo estable de trabajadores y su auto reproducción, además de un eficaz control de la fuerza de trabajo.


Como nos dice Agulhon existe, una diferencia notable entre la sociabilidad de la elite y obrera. La sociabilidad informal era el lugar de trabajo para los obreros de Francia de 1800 a 1848 eran los chambree o dormitorio para hombres solteros:

No existe asociación ya sea formal e informal sin que exista un lugar de reunión estable. Para el rico esto no supone dificultad, el obrero en cambio vive con grandes estrecheces por lo tanto es necesario que nos preguntemos donde se ejercía (Agulhon, 1994: 56-57).

En el caso poblano eran las villas fabriles donde principalmente se concentraban los trabajadores para vivir y por tanto para interactuar fuera de la fábrica. Estos lugares tenían particulares formas de construcción puesto que se alineaban de una a tres filas de cuartos de entre 15 y 25 m., se ocupaba en su construcción el ladrillo y la mampostería en algunos, aunque la mayor parte eran de adobe con techos de teja. El modesto ajuar de la casa estaba compuesto por artículos de barro y muebles de madera (Gutiérrez, 2005: 32).


En resumen, los caseríos obreros no representaban viviendas cómodas e higiénicas para los obreros, al contrario, eran lugares de vigilancia, esto lo podemos ver expresado en palabras de Agulhon quien nos dice que el fenómeno de las asociaciones estaba en expansión en Francia a mediados del siglo XIX.


A causa de su popularidad, hasta las sociedades profesionales acababan por hacer suyas las funciones más generales de la vida obrera, incluida la sociabilidad general de la recreación. A las fiestas de los domingos acudían familias. Unos bebían, otros reían o bailaban. Por tanto, desde el punto de vista de la vida cotidiana cabe pensar que no había gran distancia entre la sociabilidad informal y lo que ocurría en las asociaciones propiamente dichas (Agulhon, 1994: 66).


Haciendo la comparación con el caso poblano, no podemos afirmar que las asociaciones funcionaran también como centros de recreo aunque si contaban con actividades culturales en algunos casos, esto lo podemos inferir puesto que la principal sociabilidad informal de los obreros se daba fuera de la fábrica en los parques dentro y fuera de la ciudad pues el Zócalo y el Paseo Bravo eran los más visitados por los trabajadores a finales del siglo XIX, también las ferias como la de Cholula eran muy socorridas; hubo también ocasiones de participar en celebraciones extraordinarias en las fiestas de reelección de Porfirio Díaz en 1888; como en su visita en 1896, en celebraciones como la coronación de la virgen de Guadalupe donde los obreros se mezclaron con la alta sociedad (Gutiérrez: 2005: 30).


En el siglo XIX la organización de la fábrica siguió en mucho las pautas arquitectónicas y sociales de la hacienda, al mismo tiempo que se empezaba a esbozar su propio modo de funcionamiento, todavía en los años noventa del siglo XIX muchas se instalaron en antiguas haciendas. No solo apareció el caserío obrero, sino que se agregaron casas para los empleados administrativos y técnicos y a veces la casa de los dueños (Gutiérrez: 2005: 30).


Las primeras industrias textiles incluso se parecían a las haciendas coloniales y adoptaron su mismo sistema de organización a mediados del siglo XIX. Al interior de estas se tenía una tienda de raya, donde se proporcionaba a los trabajadores todo lo necesario, pero a crédito y más caro, con lo que el trabajador siempre estaba endeudado.


La tienda también funcionaba para el encuentro social pues allí se encontraban el sábado las mujeres cuando iban por la despensa semanal, muchas veces fiado y los hombres cuando iban a canjear sus vales. Para el administrador la tienda funcionaba como “el confesionario general”. La justicia generalmente era administrada por los dueños de la fábrica, quienes tenían cárceles y cuerpos de policía. Prácticamente en cada fábrica había una capilla, viviendas supervisadas y frecuentemente, escuela.


La escuela era otro espacio de sociabilidad, aunque en las fábricas se siguió empleando mano de obra infantil. Cabe aclarar que no todas las fábricas contaban con escuela, lo cual evidencia las distintas necesidades de los trabajadores para poner una en su lugar de trabajo, aunque tampoco era necesaria su instalación dentro de la fábrica cuando había escuelas establecidas en los municipios de Puebla por el gobierno.


A lo largo del siglo XIX, se intentaba controlar en forma total la vida del trabajador ya que no se les permitía recibir visitas en sus casas y les prohibían la lectura de revistas y periódicos, esto debe ser un factor explicativo sobre el porqué en este período los obreros no se organizaban de manera eficiente para sus demandas ni hacían huelgas a gran escala, puesto que su vida estaba vigilada y tenían prohibiciones hasta en la intimidad de sus hogares (Gutiérrez: 2005: 33-34).


Con lo anterior, podemos ver que la sociabilidad no podía desarrollarse de manera espontánea puesto que las reuniones entre obreros se encontraban fuertemente vigiladas contrario al caso francés en donde no se prohibían las reuniones obreras puesto que algunos burgueses veían ventajas en los círculos obreros, porque se creía que la moralidad tenía efecto más fácilmente en quien leía, abandonando sus instintos, además porque en este nadie bebía ni había malas compañías como en el cabaret.


La opinión dominante en las clases dirigentes en Francia era que aún con sus ventajas, los círculos obreros tendrían el inconveniente de ser focos de propaganda; además los cabarets tenían la ventaja de estar abiertos a la policía mientras que en un círculo cerrado los obreros podían confabularse sin que la policía lo impidiese. Según Agulhon los hechos daban la razón al sector represivo de la sociedad francesa puesto que la conciencia política seguía los caminos de la sociabilidad y la asociación (Agulhon, 1994: 64).


Por tanto, no era extraño que en México a lo largo del siglo XIX los líderes de las asociaciones mutualistas fueran gente ligada al gobierno y que estas organizaciones solo sirvieran de ayuda cuando el obrero se encontrara en problemas más nunca llegar a ser fuente de algún ideario político, puesto que se les tenía prohibido tratar estas cuestiones.


Esta situación fue cambiando poco a poco pues las familias también entraron con las novedades de fines del siglo XIX: el alumbrado eléctrico, el transporte ferroviario, el telégrafo y agilización del correo. Las comodidades que la infraestructura física ofrecía se vieron disminuidas por las precariedades económicas. Se les cobraba de 1 a 2 pesos de renta semanales en donde una familia tenía que acomodarse en un solo cuarto.


Por otra parte, en el caso francés el cabaret se utilizaba para escapar de la vida infeliz de familia, el obrero busca allí la diversión, beber un poco de vino y discutir, el cabaret es el templo del trabajador. No obstante, esto no era una fatal separación de la familia pues los domingos eran de paseos en familia, generalmente al campo en donde los expendios ofrecían un vino más barato y había espacio para bailar o jugar bolos. Pero no solo es el espacio de recreo de los domingos también puede serlo de las concentraciones de obreros en huelga: cuando toda una corporación está en lucha ninguna taberna de la ciudad podía dar cabida a todos los participantes (Agulhon, 1994: 64).


En la capital poblana, las cervezas, bicicletas y relojes fueron productos que se ofrecían en los periódicos de la ciudad y que parecían haber encontrado adeptos entre los obreros, se incrementó la compra de calzado, se enriqueció la dieta con leche y se promovió el pulque.


El domingo era el día para distraerse un rato. Se salía con los compañeros de trabajo a las peluquerías en donde los obreros pasaban sus largas horas de ocio y se complementaba con la vida familia pues por la tarde lo más socorrido eran a la corrida de toros del paseo nuevo, los niños a los caballitos de madera de San Francisco y algún paseo por el Zócalo o el Paseo Bravo (Gutiérrez, 2005: 38).


Durante el Porfiriato, hubo también juzgados de paz en todas las fábricas del Atoyac y en algunas de ellas alguna estación de rurales. Como en las haciendas todo el complejo fabril estaba rodeado por una muralla. Al traspasar la entrada se daba a un patio en donde estaba la capilla, la escuela y la tienda de raya. Podemos ver lo anterior en el siguiente fragmento del artículo escrito por el Sr. Federico M Fusco, enviado del periódico oficial en donde describe su visita a la fábrica El Patriotismo en Puebla en donde hace alarde de la industria textil a la vez que demuestra un gran asombro por la vida al interior del pueblo fabril:

El orden que reina en la fábrica, bajo la acertada dirección del laborioso industrial D. Dionisio Velasco y con la digna administración del Sr. D. José María Ronquillo, es admirable. Allí hay una escuela para los hijos de los trabajadores, se obsequia una casa al trabajador que se comporta bien en la fábrica y se socorre al enfermo y se atiende al desvalido. Más de 800 familias viven de la fábrica, allí no velan los obreros y los que los hacen es por su gusto y conveniencia, no por mandato. En la fábrica reina tanto orden, tanta armonía que de intento preguntamos a algunos operarios si esto era ficticio por estar nosotros ahí. La contestación fue igual por todos. (Periódico Oficial del Estado de Puebla, 9 de febrero de 1876, VII, p.3).
En no pocas ocasiones estos conjuntos fabriles se convirtieron en pueblos cuya actividad giraba en torno a la actividad de la fábrica, cómo nos deja ver el artículo anteriormente citado en donde el autor también se maravilla con la funcionalidad de la arquitectura de la villa fabril:
Una de las industrias más dignas de protección de la Republica es la de tejidos de algodón, porque esta no solo emplea numerosas personas, sino que trae a México todos los adelantos de la cultura de Inglaterra y todos los inventos modernos del coloso americano. De todas las fábricas nos ocuparemos ahora con la del Patriotismo cuya propiedad es de los conocidos industriales los apreciables Sres. Velasco hermanos.
A dos leguas de Puebla y por un valle lleno de flores se dirige uno a la fábrica. Aun lado del camino real de México se ve un pintoresco pueblo, cuyas casas parece ocultarse tras la multitud de árboles que al compás del viento envían al espacio sus hojas. Ese pueblo es la fábrica El Patriotismo. Más de cien casitas edificadas con gusto y maestría formando diversas líneas y al centro un gran edificio de mampostería que contiene ocho salones llenos de aparatos que meten un ruido de cien mil demonios (Periódico Oficial del Estado de Puebla, 9 de febrero de 1876, tomo VII, p. 6).

La mano de obra muchas veces provino de dos oficios dominantes: los artesanos y los campesinos. A pesar de los malos salarios y de las jornadas tan largas los trabajadores acudían en grandes números, (lo que puede interpretarse como un indicador de las condiciones adversas en las cuales vivían en las áreas rurales).


En el caserío, en el pueblo y en la ciudad se desenvolvió la vida familiar y social de los trabajadores fabriles. En cada uno de esos espacios se vivió de acuerdo con determinadas costumbres, creencias y cánones de conducta, que los obreros llevaban consigo y traían a la fábrica como parte de su herencia cultural. Al mismo tiempo, esta fue marcada por la presencia de las fábricas, por la jornada y días de trabajo, por los días de pago, por sus ruidos y espacios, evocados como algo inseparable de la existencia común y corriente, sobre todo en el caso de los trabajadores que residían en los caseríos (Gutiérrez, 2005: 535).


Cada una de las fábricas era mucho más que un centro de trabajo. Era un espacio en donde los obreros trabajaban, hacían amigos, compadres y enemigos, los niños iban a la escuela, las familias se congregaban en torno a los festejos y costumbres religiosos. Las fábricas, para los trabajadores cuyas vidas trascurrieron por años tras sus muros, llegaron a ser un espacio social, un punto de reunión y convivencia con el cual se identificaban.


Lo anterior permitió una sobrevivencia del paternalismo. Así mismo que siguiera la tradición antuñista de ocupar a toda, o casi toda la familia en las fábricas. En las factorías de los alrededores de Puebla, los vínculos familiares continuarían sirviendo a las funciones de contratación, adaptación, aprendizaje y permanencia de la mano de obra, aunque ya no se empleara en las mujeres en ella, como lo hizo Antuñano.


Conviene advertir que las dimensiones y la convivencia en las largas filas de casas al estilo inglés de las fábricas establecidas en los últimos años del siglo XIX en Metepec Atlixco, Santa rosa y Rio Blanco en Orizaba o Rio Grande en Jalisco, eran diferentes a los modestos caseríos de las fábricas del Atoyac. En las primeras, los trabajadores se contaban por miles y se establecieron más o menos en conjuntos urbanos que obtuvieron la categoría de municipios independientes, en donde las relaciones entre propietarios y trabajadores eran más impersonales, en contraste con las segundas, que siguieron perteneciendo al municipio de Puebla y cuyas dimensiones hacían posible el trato más personal entre el dueño y los obreros. (Gutiérrez, 2005: 533).


Si bien el vivir dentro del complejo fabril les proporcionó a los obreros, por un lado, ciertos servicios asociados a la vida urbana, por otro lado, significó para la mayoría de ellos aceptar el control, no solo de las horas de trabajo, sino el resto de las actividades diarias. Ocupar una casa obligaba a cumplir el reglamento (no se permitían fiestas familiares, fiestas, ni visitas) bajo la vigilancia del administrador que muchas veces era también juez local, con la posibilidad de acudir a las fuerzas rurales en caso necesario.

La vida debe haber sido opresiva en estos pequeños núcleos urbanos ya que algunos trabajadores prefirieron vivir en la ciudad o quedarse en sus pueblos, aunque diariamente les tocara caminar a la fábrica. La escuela fue otro ámbito de la convivencia de los vecinos. Su existencia en los centros fabriles se fortaleció tanto por la iniciativa del gobierno cómo de la iglesia católica y los propios empresarios (Gutiérrez, 2005: 543).

El naciente régimen porfiriano en Puebla rápidamente quiso hacer gala del credo liberal, decretando el 16 de septiembre de 1877 la educación primaria obligatoria y gratuita en el estado, pero permitió, con pocos límites los contratos de servicios con menores, como lo hizo la ley de 1883; por eso las fábricas siguieron empleando mano de obra infantil.


Desde el punto de vista del bienestar obrero, estar en el caserío representó ciertas ventajas asociadas con la vida urbana, como tener agua corriente para la higiene personal y para lavar la ropa y los trastos. Las mujeres de las fábricas de la ciudad de Puebla, por el rumbo de San Francisco, iban a los lavaderos de Almoloya, en algunos caseríos dispusieron de sus propios lavaderos, cabe apuntar que la mayoría de las fábricas cobraron renta de las habitaciones de 1 a 2 pesos (Gutiérrez, 2005: 548).


Muchas familias que no alcanzaron a pagar dos pesos semanales tuvieron que amontonarse en una sola habitación que servía de dormitorio, cocina, sala y comedor. La misma escases de recursos se hacía patente al observar el modesto ajuar de la casa compuesto por lo general de artículos de barro, piedra y palma; un canasto con jarros, jarras, cazuelas, ollas; un brasero con comal, molcajete y metates. Los muebles cuando había eran de madera: cama, sillas o banquitos, tal vez una mesa, un trastero y un cofre, sino se usaban petates para dormir y tenates para guardar la ropa.


Las largas jornadas eliminaban los ratos de ocio en la casa, lo que hubiera llevado a sentir el imperativo de hacerlas cada vez más cómodas o tal vez decorarlas. En el periodo entre siglos, se publicaron en la prensa obrera cartas y artículos denunciando las malas condiciones de vida en algunas fábricas. Algunos denunciaban que “los excusados de los ricos eran más higiénicos que las viviendas de los trabajadores” (Gutiérrez, 2005: 549).


A fines del siglo XIX, los nuevos patrones de consumo que se introducción gracias a la publicidad conllevaron a un intento por mejorar la vida. Los ferrocarriles al optimizar las redes de suministro fueron vitales e este proceso. Uno de los cambios más notables se produjo en el vestido de la gente trabajadora, los pobladores rurales que fueron a la ciudad introdujeron en el campo el uso de la manta, que se abarató en el Porfiriato.


Si el obrero tenía suerte después de destinar hasta la cuarta parte de sus ingresos a la renta, tal vez podía quedar algún dinero para el vestido: tela –manta, cordoncillo o percal- un sombrero, un rebozo y un par de huaraches de baqueta. Si no se tenían obligaciones familiares, se podía gastar algo más en zapatos en lugar de huaraches, sombrero de “charro aplanado” y añadir un chaleco o mascada al pantalón de cordoncillo.


El domingo era el día para distraerse. Se salía con los compañeros de trabajo a las pulquerías cerca de las fábricas de la hacienda de Santo Domingo o por la tarde a la corrida de toros en la plaza del paseo nuevo. Si de pasear se trataba el viaje podía ser a la ciudad al barrio de Analco mientras que las familias iban a divertirse a los caballitos de madera de San Francisco o al juego El volador.


Como ya se ha comentado, una de las mayores distracciones del obrero, era asistir a las pulquerías, que en el caso del obrero tendría que ser en su único día de descanso: el domingo.


Estos lugares solían ser muy pintorescos y atraían la atención por las pinturas que los adornaban, así como por los exóticos nombres que los representaban, tanto así que la revista México-americana, México Moderno, publicó una pequeña nota acerca a de la curiosidad que causaba al visitante extranjero este tipo de lugares, haciendo también referencia a que esta tradición se perdería por una prohibición hacia las pinturas que las adornaban, del año de 1903.

Las pulquerías en México atraen la atención del visitante por las curiosas, extrañas y extravagantes pinturas que aparecen en su interior e interior. Esto ya no se permitirá con respecto a los otros establecimientos, gracias a una regulación reciente que intenta prohibirlas., y aunque es, en una medida, un paso hacia la cultura causará la desaprobación de una de las costumbres locales más interesantes y tranquilas (Modern México, 1903: 4)

En Puebla este tipo de establecimientos no eran bien vistos por la autoridad y las conciencias conservadoras que trataban de limitar sus funciones por tratarse de un “nido de viciosos y holgazanes”, entre los que se encontraban los obreros, la opinión pública representada en algunos diarios trataba de defender el derecho de los obreros de tener por lo menos algunos momentos de diversión y esparcimiento, en una pulquería que los hiciera olvidarse de su durísima jornada de trabajo.


La prensa argumentaba que la ley civil es igual para todos y por eso se cuestiona por qué si esto se llevaba a cabo las pulquerías tenían que cerrar antes, es decir hasta “las oraciones de la noche” que si bien no sabemos a qué horario se refiere inferimos que serían las 6 o 7 de la noche cuando se llamaba a la última misa del día o los niños tenían que ir a dormir, y los días festivos: los domingos, único día de descanso de los obreros, a la una, esto por dar descanso a los cuerpos de policía, mientras que las licorerías podían cerrar a las 9 de la noche, teniendo en cuenta que a las pulquerías asistían obreros, haciendo distinción con las licorerías, donde se tenía la percepción de que asistían la gente de alcurnia.


El discurso de la prensa apelaba al hecho de a las cantinas pertenecientes a la clase “decente” se le permitía hacer lo que quisiera por tener entre su clientela funcionarios públicos y gente adinerada con influencias y poder.


A los problemas anteriormente mencionados se agregaba el del contrabando de pulque, en donde el diario ponía el dedo en la llaga al dar a conocer que se saqueaba al erario por no pagar los derechos de la bebida. Podemos concluir que en el Porfiriato no solo se restringían las libertades del trabajador en la fábrica y en los caseríos, sino también en sus breves momentos de distracción.


Pues de acuerdo con la percepción de los empresarios textiles, los obreros representaban un peligro latente al unirse y organizarse, puesto que esto podría hacer que empezaran a demandar un mejoramiento de la calidad de vida y trabajo, por tal era necesario coartar sus libertades hasta en lo más íntimo de la vida cotidiana. Sin embargo, la sociabilidad y solidaridad encontraría sus formas de expresión y crecimiento hasta en los momentos más restrictivos de la vida de los obreros y rendirían sus frutos en épocas posteriores.


Por otra parte, los salarios variaban en la industria textil mexicana según la región o la fábrica, así como también la edad y el sexo. En Puebla- Tlaxcala la diversidad del salario derivo del lugar ocupado por el obrero en el proceso productivo y por tanto su grado de calificación técnica. A mediados de 1870 y 1880 la escala iba de entre los 34 centavos diarios pagados a los peones, muchachos y aprendices, pasando por los cardadores e hilanderos, contratados que como trabajadores de planta, que alcanzaban una media de 75 centavos hasta a llegar a los tejedores cuyo sueldo se calculaba a en base a las piezas de manta que elaboraban. Estos también llamados destajistas llegaban a ganar hasta un peso al día.


Las restricciones en las villas fabriles hicieron que muchos obreros elegirían seguir viviendo en sus poblados de origen, lo cual podía implicar horas de traslado hacia su lugar de trabajo, en tales condiciones los únicos refugios para el obreros fueron las sociabilidad formal, según el término acuñado por Agulhon representado en las asociaciones mutualistas, que eran las únicas permitidas por el régimen porfiriano, por estar prohibido tratar en ellas temas políticos y ser solamente un soporte económico en caso de necesidad entre otro abanico de actividades culturales, aunque sabemos que siempre funcionaron como lazo político entre obreros y artesanos con el poder público.



CONCLUSIONES


El Porfiriato fue una época de crecimiento económico que trajo consigo el establecimiento de nuevas industrias y el crecimiento de las ya existentes en México, como en el caso de los textiles en la ciudad de Puebla, que tuvo ventajas para constituirse como uno de los estados mexicanos con unas de las fábricas de hilados y tejidos más fuerte del país.


Entre las grandes ventajas que tuvo el estado de Puebla para el surgimiento de estas industrias se encontrarnos factores de ubicación, por ser un espacio que conectaba la ciudad de México con el puerto de Veracruz, además de su cercanía con este puerto, que hacía que tuviera fácil acceso a la materia prima, factores naturales en donde las haciendas construidas a las riveras de los ríos, hicieron que en los cascos de estas se establecieran muchas factorías para contar con la fuerza hidráulica para su funcionamiento en sus inicios, y la experiencia con que contaban los artesanos y obreros de la región en la elaboración de tejidos.


Sin embargo, uno de los grandes problemas económicos del régimen porfiriano, fue el enriquecimiento de las industrias establecidas con capital extranjero y la pauperización de la población mexicana que trabajaba en estas factorías, esto se ve mayormente representado en los obreros mexicanos y particularmente de la región de Puebla, en donde las fabricas pertenecientes principalmente a capital inglés, francés y libanes lucraron con la mano de obra poblana.


A pesar de ello, la vida cotidiana de los obreros seguía su curso, una de las formas de esparcimiento y recreación que tenían los trabajadores eran las también en términos de Agulhon, llamadas sociabilidades informales, las cuales se daban tanto en el interior como el exterior de la fábrica, eran esas relaciones que se daban en la escuela, el lugar de trabajo, la tienda de raya y los pocos momentos de descanso que tenían los trabajadores.


Esto incluía la apropiación del espacio público, como fueron los parques de la ciudad donde se llevaban a cabo los paseos dominicales, único día de descanso con el que los obreros contaban, de la misma forma, diversos espacios de reunión como las pulquerías, a las cuales siempre se les trató de imponer restricciones de horario, pues parte de la burguesía creía que la clase obrera estaba compuesta por un “nido de vagos y ociosos” que gustaban de embriagarse para hacer desmanes.


Sin embargo, fueron estos pocos espacios de sociabilidad informal, junto con las mutualidades las que propiciaron y dieron lugar a la fraternidad que hacía que los obreros alzaran la voz para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, solidaridad que encontraría sus formas de expresión y crecimiento hasta en los momentos más restrictivos de la vida de los obreros y que rendiría frutos mayores en épocas posteriores.


La historia es el estudio del pasado para comprender el presente, es por ello que trabajos como este, en el cual se analiza el trabajo fabril y la vida cotidiana de los obreros en un contexto regional, puede ser útil para comprender los problemas que aquejan a los trabajadores de este ramo en la actualidad; temas como el salario, las jornadas laborales, las formas de esparcimiento y su cotidianidad, cobran vigencia y son dignos de estudiarse desde la perspectiva historiográfica.



Referencias


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