SAN SEBASTIÁN. LA FLECHA Y LA FE

Autores/as

  • Rafael Molina Vílchez Autor/a

Resumen

Cuando los europeos llegaron a tierras de la cuenca del lago, a Coquibacoa, lo hicieron atraídos por la codicia; una codicia que superaba el temor a lo desconocido, a los misterios y mitos del mar, sobre el cual se contaban las cosas más inverosímiles: leyendas de monstruosas y diabólicas entidades, y hasta la posibilidad de dar con el fin del mundo. Primero fue Ojeda, quien después de raptar una india, llevarla a España, donde la desposó ante su propia religión y formar con ella la primera pareja conocida del mestizaje hispanoamericano, se ocupó únicamente de que le financiaran otro viaje, ya como Gobernador de una supuesta isla, a buscar más riquezas. No levantó una ciudad ni de la menor importancia. Fundó a Santa Cruz en la Guajira, cerca de Cocinetas y lejos de Maracaibo, primicia de la tierra firme sureña, pero ésta no debió ser sino una rústica y primitiva aldea, un sitio de paso pronto abandonado, del que hasta ahora no se han encontrado huellas más allá de las escritas. Después vinieron los hombres del adelantado Alfínger a cobrar una deuda externa – sambenito que parece llevar colgado este país frente a la eternidad -; la del Rey Carlos I de España y Carlos V del Sagrado Imperio Romano-Germánico, quien accedió al trono ibérico directamente, por herencia, pero que como aspirante a ser Carlos V, hubo de pedir dinero prestado a la banca Welser a fin de presentarse ante colegios electorales. Las tierras de la cuenca del lago, después de las del actual Estado Falcón, fueron tomadas por esa razón. Buscaban El Dorado por cualquier medio, aunque tuvieran que someter la población indígena a un despiadado genocidio. A los hombres los mataban o los esclavizaban, y las mujeres pasaban a ser desahogo de su lascivia. El resto es historia ya muy repetida: levantar algunos asentamientos, tratar de someter los indígenas, imponer una religión – de manera muy distinta a como lo hicieron después los frailes de las fundaciones misionales - y obtener riquezas. Pero muchas veces esas “fundaciones” habían de ser abandonadas pronto. El europeo ignoraba que el arco y la flecha, manejados con precisión, estaban presentes en los pueblos del “Nuevo Mundo”.

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Publicado

2015-09-12

Número

Sección

Conferencias y Discursos